Principios de la Terapia Breve Relacional basada en la Consciencia

He regresado hace cosa de un mes de Guadalajara, México, luego de visitar nuevamente el Instituto Tzapopan. La vez anterior presenté mi método para interpretación de los sueños basado en la psicología cognitiva, la neurociencia y el trabajo experiencial. En esta ocasión he compartido las bases de una forma de promover el cambio más amigable, sutil, elegante y precisa: la terapia relacional basada en la consciencia (de la cual pongo un ejercicio práctico al final de este escrito).

La consciencia (entendida como la pura experiencia del instante presente) es la gran olvidada de la psicoterapia desde que Freud la supeditó al determinista y borboteante inconsciente -creando así la más duradera teoría del defecto de fábrica en la historia de la disciplina. Interesados por lo que se ocultaba bajo la superficie, deseosos de prestar oídos no a lo dicho sino a “lo no dicho”, los psicoterapeutas formados en la escuela analítica descartaban las explicaciones conscientes de sus pacientes como meras “racionalizaciones” y los movían a sospechar de sus motivaciones, ideas, fantasías y creencias, creando en muchas ocasiones más malestar que mejoría y colocándolos en una curiosa situación: tener que vivir en su consciencia -a sabiendas de que siempre los estaría engañando.

Curiosamente, también el enemigo declarado del psicoanálisis, el conductismo, arrojó la consciencia por la borda al sostener que carecía de importancia para explicar el comportamiento. Bastaba con estudiar la “agenda de refuerzo”, las “contingencias” de la conducta, para predecirla y controlarla. Las afirmaciones del “sujeto” no son más que “comportamientos verbales”, también gobernados por agendas de refuerzo; no responden al insight ni dan cuenta de la mítica “vida interior”.

Consciencia y experimento: “mira lo que hace, no lo que dice”

Los efectos de este supuesto están a la vista. Sin ir más lejos, las pretensiones experimentalistas de la psicología “científica” mueven al investigador a reparar únicamente en los resultados de su experimento. Raras veces se pregunta a los “sujetos” su opinión sobre lo que creen estar haciendo o los objetivos que perseguían al actuar como lo hacían; y prácticamente nunca se incluyen dichas opiniones en la sección de “Discusión de resultados” de los papers. “Mira lo que hacen, no lo que dicen” es una regla básica del psicólogo experimental.

Al menos, del que es afín a la orientación norteamericana; porque la tradición soviética, empezando por Vigotsky y Luria, tenía por norma interesarse en la experiencia de los colaboradores (que no “sujetos”). “¿Qué estaba haciendo usted? ¿Para qué cree que hemos hecho este ejercicio? ¿Cuáles cree que eran nuestros objetivos y lo que estábamos estudiando?”, eran las preguntas de rigor en sus investigaciones. Porque su objetivo no era anular la subjetividad sino explicarla.

Por desgracia, la filosofía de la mente, dominada por la escuela post-analítica norteamericana, también se ha dejado llevar por esta anulación de la subjetividad -cuyos más ilustres representantes son Daniel Dennett y los esposos Churchland, Patricia y Paul.

William James y los principios de la terapia basada en la consciencia

Es una lástima que la filosofía norteamericana haya olvidado a uno de sus grandes representantes: William James, que hizo hincapié en la voluntad, la atención y la consciencia y escribió uno de los mejores textos sobre ésta (el capítulo 9 de sus Principles of Psychology, “El Torrente de Pensamiento”). (Es irónico que mientras los libros de historia de la psicología declaren casi al unísono que Principles of Psychology es “el manual más influyente en la historia de la disciplina”, los psicólogos y terapeutas actuales no lo lean jamás y mucho menos lo citen).

Felizmente, hace alrededor de 30 años, dos movimientos en principio independientes se dedicaron a recuperar las ideas de James y a investigar la consciencia y su relación con la patología y el sufrimiento. Primero, el constructivismo; en concreto, uno de sus representantes más valiosos y creativos, Michael Mahoney, que le dedica a James y al “torrente de pensamiento” varios fragmentos de su último libro. Y segundo y más influyente, la tradición del mindfulness –que, con Jon Kabat-Zinn a la cabeza y apoyándose en el budismo y sus técnicas, han releído y modernizado a James aplicándolo a la psicoterapia y el cambio humano.

Sin embargo, ni Mahoney ni el mindfulness han trascendido una barrera también típica de la psicoterapia occidental: el fetichismo de la técnica, el cifrar el origen del cambio en la aplicación “correcta” de la técnica “adecuada” y no en las relaciones de una persona con otra y consigo misma. Es ahí donde una relectura de James resulta imprescindible para sugerir el primer principio de una terapia centrada en la consciencia, que es:

La atención siempre precede a la acción.

Sobre este principio construyo una forma de trabajo que favorece el cambio en poco tiempo y mediante ejercicios sencillos y cotidianos que reflejan el segundo principio:

Para cambiar la acción, mueve el foco de atención.

¿Cómo aplicar la terapia basada en la consciencia? Ejercicio práctico

La forma más simple de poner en práctica estos principios es acostumbrarse a prestar atención a la propia consciencia:

Tres veces al día, en cualquier momento, detente y pregúntate: “¿Qué ocupa mi consciencia?” Dedícate un momento a contemplar, sin juzgar ni criticar, todo lo que pase por tu mente, y toma nota de ello. Hazlo desde una postura de amable y curiosa atención, como si estuvieras escuchando a un amigo o contemplando el juego de un niño. (Este es el “pararse y ver” del maestro Chih-I).

Puedes tomar como señal para “pararte y ver” cualquier pequeño suceso repetitivo y aleatorio (por ejemplo, el timbre de un teléfono celular), o bien hacerlo a la misma hora todos los días.

Recuerda: aquello que ocupa tu consciencia es aquello que da forma a tu vida. Por ende, cambiar tu vida requiere cambiar tu consciencia.