Filosofía y psicología: “Nosotros no hacemos esas cosas”

Primeras Jornadas de Filosofía CUCI

Hace unos años, cuando estudiaba la licenciatura, mientras esperábamos al profesor en el aula, uno de mis compañeros sacó un libro de filosofía y se puso a hojearlo. Ni bien llegar, el profesor le preguntó qué estaba leyendo y mi amigo levantó el libro para mostrarle la portada. Sin dudarlo, el profesor sentenció: “¡Ah… filosofía! No leas eso, no te va a servir para nada. Nosotros no hacemos esas cosas“.

Siempre pensé que era una respuesta absurda. Pero sólo pude articular el por qué hace unos días, en el taller que impartí en las “Primeras Jornadas de Filosofía de la Mente y el Derecho” del Centro Universitario de La Ciénega, sobre la relación entre filosofía y psicología. Pues, cuando entra en crisis, la psicología necesita de la filosofía. Y entender las teorías psicológicas a fondo implica entender sus raíces históricas y epistémicas, como explico a continuación.

Murray BowenNacer es diferenciarse: Bowen

La teoría sistémica, en su variante transgeneracional “boweneniana”, nos enseña que para poder crecer como unidad autónoma todo hijo debe “diferenciarse” de sus padres discrepando con ellos en algún tema que todos consideren fundamental. A esta ruptura le sigue una tormenta más o menos prolongada, un período de consolidación de la postura del hijo y, cuando ésta se ha demostrado viable, un reencuentro y reconciliación, ya no entre un niño y sus padres sino entre un adulto joven y otros un tanto mayores. Sólo entonces, cuando el mutuo respeto y afecto han reemplazado al resentimiento o el temor, cuando tanto el hijo como los padres han cambiado, ampliado sus horizontes, reconocido la legitimidad del otro, se ha completado con éxito el proceso de diferenciación que subyace a la identidad exitosa.

Nótese de paso la genial reinterpretación del mito edípico freudiano y su “matar al padre” por parte de Bowen, ella misma un ejemplo de diferenciación exitosa de sus propios orígenes psicoanalíticos… Pues la diferenciación consumada implica no el repudio a la ideología paterna sino su actualización: nos diferenciamos cuando logramos integrar la herencia de nuestros antecesores con nuestras propias búsquedas e ideales. Cuando cumplimos el dictum de Bruce Lee:

Absorbe lo que es útil,

Descarta lo que es inútil,

Añade lo que es único de ti.

Diferenciación en la historia de las ideas

Este proceso puede aplicarse, metafóricamente, a la historia de las ideas: la teología (entendida grosso modo), “madre” de todas las disciplinas, cuya hija la filosofía nació a través del repudio socrático al mito (apoyado en los rudimentos científicos de la escuela jónica), repudio que marcaría su rumbo dando lugar a dos grandes “estilos” de filosofar: el que revalora el mito entretejiéndolo en el discurso racional, inaugurado por Platón y característico de la filosofía continental (y de la filosofía oculta, aunque esa es otra historia…), y el que lo desaloja de plano considerándolo opuesto a la razón, iniciado por (la mayoría de obras de) Aristóteles y preservado por los analíticos.

Según él, no era psicólogoA su vez, la psicología, una de las hijas más jóvenes de la filosofía, nacería repitiendo el mismo repudio en un contexto decimonónico: “Dejemos atrás la especulación filosófica: ¡seamos científicos! ¡Construyamos laboratorios! ¡Observemos los hechos!”, murmurarán primero Wundt (al menos el que se hizo famoso…), haciéndose eco de Helmholtz, y luego William James, él mismo filósofo de primer nivel -y por eso no tan reduccionista como sus herederos Watson y Skinner, que gritarían a los cuatro vientos su manifiesto conductista, antimentalista y antifilosófico. (Es bueno que la psicología haya empezado hace unas décadas a reconciliarse con el James filósofo, cuyo estudio de la consciencia es difícilmente superable aún hoy). Y así dirá Skinner, en brutal desaire a su madre Filosofía: “Yo no soy psicólogo sino ingeniero de la conducta”, desnudando su desprecio por la libertad, la dignidad -y, a la postre, la humanidad.

Los excesos antifilosóficos y sus consecuencias: cientificismo, fragmentalismo, extremismos epistémicos, modas

Este arrogante y desencaminado grito de independencia conduciría eventualmente  a la actual situación de la psicología: fragmentada más allá de toda esperanza en grupúsculos de investigadores que se apropian de temas cada vez más minúsculos e intrascendentes en el afán de publicar más que nadie para competir por los financiamientos; carente no sólo de una teoría global y unificadora de la mente sino incluso de un criterio (compartido) que permita distinguir lo científico de lo pseudocientífico; atrapada en una confrontación maniquea e irreconciliable entre el subjetivismo extremo de los métodos cualitativos y discursivistas (con sus epistemologías relativistas radicales) y el pseudo-objetivismo imperialista de la psicología “científica” (o mejor dicho, cientista, con su epistemología del realismo ingenuo y su dogma de que “hacer ciencia es igual a medir”); obsesionada con las modas de lo “neuro” y lo “evolucionista” en la esperanza de que la conviertan en “una verdadera ciencia” (ya que la mera medición no parece haberlo conseguido); cortejando por un lado a la psiquiatría y por otro a la física sin pararse en sus propios pies… En suma, un panorama poco halagador.

En mi charla, cuya presentación se encuentra al final de este texto, ejemplifiqué varios de estos problemas. Tocaré aquí solamente uno: el de la “medición en psicología” (defendida por quienes, irónicamente, se hacen llamar “psicólogos científicos”). Advierto de entrada que mi crítica no apunta a la pretensión científica: al contrario de los discursivistas posmodernos, yo creo que la ciencia es una empresa loable y digna de imitación, y también que la psicología puede volverse tan científica como las demás ciencias sociales (siempre y cuando regrese a sus raíces filosóficas en vez de pelearse con ellas). Por ende, mi intención no es atacar la medición per se. Creo, en efecto, que hacer ciencia implica, en algunos casos, medir -pero no que pueda reducirse a ello. Garbage in, garbage out: ni el más sofisticado análisis estadístico te salva de una hipótesis absurda o baladí.

“Medir” versus “contar”: sólo se puede medir lo divisible

Pensemos en lo que significa “medir”. Tanto en ciencia (física, química, metereología..) como en el lenguaje cotidiano, consiste en expresar la cantidad de un atributo determinado en múltiplos de una unidad de medida arbitrariamente elegida: “122 kilogramos”, “2.5 newton“, “23 microsegundos“, “12 milibares“, etc. A su vez, la unidad se define en términos de un procedimiento estándar: 1 newton es “la cantidad de fuerza necesaria para acelerar una masa de 1kg a 1m/segundo”;  1 kg era inicialmente “la masa equivalente a un litro de agua destilada”; 1 kelvin, “1?273.16 de la temperatura termodinámica del punto triple del agua”, etc.

De esto se sigue que en toda escala de medición propiamente dicha debe haber una unidad y un cero “significativos”; esto es, que decir “esto mide 1 x” o “el sistema presenta 0 x” debe tener sentido lógico (aunque no necesariamente existencia “real”). Así, por más delgada que la dibujemos, toda línea tendrá en realidad dos dimensiones, largo y alto; pero es lógicamente concebible una línea “puramente larga” (o sea, de altura 0). Concomitantemente, “esta bolsa pesa 23 kg” o “han pasado 13 segundos desde que te fuiste” es tan comprensible como “esta bolsa pesa 1 kg” y “ha pasado 1 segundo”. Y se sigue, también, que la escala ha de ser igual a lo largo de todo el atributo; o sea, que la diferencia entre 0 centímetros y 10 centímetros es la misma que entre 1453 centímetros y 1463 centímetros: 10 centímetros, o bien, 10 veces 1 centímetro, 100 veces 1 milímetro, etc.

Aristóteles ya lo sabíaLo último nos da la clave: stricto sensu, sólo se puede medir un atributo de naturaleza subyacente continua, infinitamente divisible (al menos en cuanto concepto); porque la noción de “medición” es inseparable de las relaciones de razón o proporción que hay entre diferentes magnitudes del atributo y las relaciones de razón requieren de la divisibilidad. Como indica ya Aristóteles en la Metafísica:

Cantidad se dice de lo que es divisible en elementos constitutivos, de los que alguno, o todos, es uno, y tienen por naturaleza una existencia propia. La pluralidad es una cantidad cuando puede contarse; una magnitud cuando puede medirse. Se llama pluralidad lo que es en potencia divisible en partes no continuas; magnitud lo que puede dividirse en partes continuas.

La medición en psicología: “¿me da 123 inteligencios?”

Todo esto es obvio a poco que uno reflexione. El problema surge cuando abordamos lo que en psicología se ha dado en llamar “medición”: de la inteligencia, la ansiedad, la honestidad, la sugestibilidad, la extroversión, la empatía… (Excluyo las mediciones psicofísicas porque en su mayoría, y como su nombre lo indica, emplean escalas físicas: tiempo de reacción, diferencias de temperatura, etc.)

Tomemos la inteligencia, cuyo estudio inauguró la empresa de la psicología “mensurable”, para hacer un jugoso experimento mental. Luego de pasarte un test, te dicen “tienes un IQ de 123”. “¡Excelente!”, replicas; “entonces ¿mi mente mide 123 inteligencios?” El psicólogo, entre perplejo y divertido, retrucará: “Desde luego que no; eso no tiene sentido. No hay tal cosa como un inteligencio”. Rascándote la cabeza, apuntas: “Ah… y entonces ¿cuál es la unidad de medida de la inteligencia?”

Llegado a este punto (y suponiendo que sea paciente, abierto y versado en los entresijos de su arcano arte), el psicólogo, tras cavilar un instante, tercia: “Pues… nunca lo había visto de esa manera. Pero no creo que sea importante…” Deseoso de ayudarlo, sugieres: “Bueno, no te preocupes, es fácil de descubrir. ¿Cuál es el procedimiento para establecer una unidad mínima de inteligencia? Por ejemplo, ¿qué tarea básica habría de cumplir yo para que tú me digas que mi inteligencia mide 1 IQ? Así, establecida esta tarea, sabremos que mi inteligencia equivale a 123 veces ésta”.

Frustrado, el psicólogo replica: “No es tan fácil como tú crees. Primero, no hay ninguna tarea básica que equivalga a 1 IQ porque la idea de 1 IQ no tiene sentido. Segundo, aunque la hubiese, algunas personas podrían resolverla y otras no, sin que eso signifique que tienen distintos IQs porque algunas de las últimas serían capaces de resolver problemas que superarían la capacidad de las primeras. La inteligencia no es como una pared que puedas dividir en sus ladrillos constituyentes”.

– “Ya veo… Entonces ¿cómo hiciste para puntuarme con ese 123?”

Curva normal

– “Pues conté el número de problemas que resolviste, lo que me dio un puntaje bruto, y lo contrasté con una curva normal en que he ordenado los puntajes brutos de varios miles de otras personas de menor a mayor, de lo cual resulta que sólo el 4% aproximadamente ha resuelto más que tú… Y expreso esta posición tuya en la curva diciendo que tienes 123 IQ”.

Oliendo gato encerrado, señalas: “Pero entonces, no has medido, sino sólo contado en cada caso y luego ordenado todos los casos. Y lo que te hace creer que has medido es que puedes colocar cualquier puntaje resultante de esta cuenta dentro de la curva de valores ordenados; pero eso no significa que la inteligencia tenga una estructura continua, infinitamente divisible, sólo que si quieres puedes decir «123» en vez de «puesto enésimo» siempre y cuando no alteres el orden”.

Triunfante, el psicólogo concluirá: “¡Ah! Es que ahí está el detalle. En psicología, eso es medir: «asignar numerales a objetos y eventos de acuerdo con una regla». Y eso estoy haciendo, ¿no? Así pues, he medido tu inteligencia y tienes 123 de IQ”.

La “trampa de Stevens” y la psicología científica

En realidad, la del psicólogo de nuestro ejemplo es una victoria pírrica de consecuencias nefastas: en vez de medir está ordenando. Sin ir más lejos, 15 puntos de diferencia en IQ significan algo muy distinto según el lugar que ocupen en la curva. Entre 100 y 115 hay aproximadamente un 34.13% de la población; entre 115 y 130, un 13.6%, y entre 130 y 145, sólo un 2.14%. “Pero ¡lo mismo pasa con la altura!”, cuestionará un psicólogo; “la población también está distribuida según una curva normal”. Sí, pero la altura puede medirse independientemente de la distribución de la población, usando una regla; mientras que “medir” la inteligencia no se puede hacer sin “baremos”, o sea, sin proyectar el puntaje del individuo en el ordenamiento de una muestra de individuos equivalentes. Podemos medir la altura de una persona sin tener que medir a todas las demás porque la expresamos en múltiplos de una unidad determinada, con lo que sabemos que el atributo subyacente es continuo y que entre 100 y 110 media lo mismo que entre 213 y 223; mas no podemos “medir” la inteligencia (o la ansiedad, o la extroversión, o…) sin proveernos de un contexto, de “baremos” que hagan las veces de la inviable unidad de medida.

En definitiva: la diferencia entre 175 cm y 185 cm no es “un 10% de la población humana” sino sencillamente 10 centímetros; pero la diferencia entre 115 IQ y 130 IQ sí es esencialmente “un 13.6% de la (hipotética) población humana” pues ese es no sólo el significado “operacional” del puntaje en cuestión sino el único posible.

"Stevens el astuto"Nada de esto se les escapaba a los pioneros de la medición en psicología; de hecho, la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia encargó en los años 30 a un grupo de prestigiosas autoridades en el tema responder a la incógnita de si cabía verdaderamente hablar de “medición” de la sensación y demás fenómenos psíquicos; y dicho grupo, llamado luego el “Comité Ferguson“, concluyó que no era posible porque entre las sensaciones no se puede establecer una relación de aditividad. (En este particular erraban, como lo demostrarían eventualmente Debreu y Lace y Tukey, sin que eso desmintiera el problema fundamental, la naturaleza continua o discreta del atributo que se pretende medir, que debe resolverse mediante la observación de cada atributo y no mediante la pura teorización).

Esta pesimista conclusión era a todas luces inaceptable para una disciplina joven, ansiosa de reconocimiento y obnubilada por el éxito de “ciencias duras” como la física y la superstición pseudo-positivista de que “hacer ciencia es medir”; al poco tiempo, Stanley Smith Stevens, influido por el “operacionalismo” de Brigdman (a su vez una variante un tanto obtusa del positivismo), cortaría el nudo gordiano proponiendo la más célebre y extraviada de las definiciones posibles:

“Medir es asignar numerales a objetos o eventos de acuerdo con una regla”

que se ha vuelto tan influyente que los manuales la citan sin referirse a su autor y como si fuese vox populi, hecho indiscutible y de sobra conocido desde tiempos inmemoriales.

De este modo, en vez de resolver la pregunta empírica “¿tiene la «inteligencia» una estructura subyacente continua?”, Stevens hizo una trampa tan hábil como escurridiza: redefinir la noción de “medición” para que calzara con la práctica cotidiana de los psicólogos. “Hacer ciencia es medir; pero para medir necesitaríamos unidades de medida y atributos de estructura subyacente continua, que o bien no poseemos o bien no tenemos idea de cómo identificar; entonces, vamos a llamarle «medir» a lo que ya estamos haciendo y a crear una teoría para justificarlo”.

El defensor de la “medida sin medida” protestará que “el puntaje del IQ tiene un valor predictivo: nos permite anticipar el tipo de cosas que la persona podrá o no eventualmente conseguir. Por tanto sirve, igual que cualquier medida científica, para predecir; con lo cual, estamos midiendo, te guste o no”. Pero se olvida de que también podemos predecir sin medir, categorizando, ordenando o contando; y que lo científico no es medir por medir sino investigar empíricamente qué atributos son continuos y mensurables y cuáles discretos y sólo clasificables, ordenables o contables. (Para los iniciados, el psicólogo de marras actúa, quizá sin saberlo, como un instrumentalista epistemológico que cifra la ciencia en la predicción y el control, no en la explicación mediante la búsqueda de mecanismos causales subyacentes; mientras que nuestra crítica a su ignorancia de si existe o no una estructura continua en el atributo es coherente con el realismo crítico de Popper, Bhaskar y otros).

A estas alturas habrá quedado claro que la noción de “medida” en psicología es cuando menos cuestionable y que para desentrañarla hace falta internarse en la filosofía (en concreto, en la epistemología y la metafísica). Remito al lector interesado a este libro que hace una exposición fascinante y exhaustiva; y le hago notar que la psicología ha llegado a este callejón sin salida no por filosofar demasiado sino por hacerlo poco y mal.

La solución: reconciliarse con la filosofía

Cada vez que la psicología ha querido reinventarse ha vuelto al regazo de su madre la filosofía -para abandonarla superadas sus dudas existenciales. Así, cuando Chomsky quiso salir al paso a la teoría skinneriana del aprendizaje del lenguaje buscó inspiración en el racionalismo cartesiano y sus herederos de Port-Royal. Insatisfechos con la anulación de la libertad individual en que coincidían los por lo demás opuestos psicoanálisis y conductismo, los padres de la psicología humanista apelaron a la filosofía existencialista. Harto del positivismo en psicología social y de la personalidad, Kenneth Gergen echó mano de Feyerabend y de (una lectura bastante discutible de) Wittgenstein. Y así por el estilo.

(Pero, hasta cierto punto, la filosofía se lo merece: lo mismo le ha hecho a su madre la teología, despreciando primero su pasión por lo trascendente y lo mítico para redescubrirla cada vez que se derrumbaba el castillo de naipes de la certeza racionalista. La Cadena del Karma…)

¿Qué hacer para curar a la psicología de sus parásitos cientistas y relativistas? Simple: volver a la filosofía. Cerrar el círculo, completar el proceso de diferenciación boweniana del que cada uno de sus practicantes forma parte involuntaria. Enseñar a los estudiantes a pensar filosóficamente para que puedan detectar las falacias del cientismo y el subjetivismo; hablarles de la historia de la filosofía para que sepan dónde buscar alternativas a los extravíos dominantes; rastrear con ellos los resabios de filosofías pasadas en el sentido común y los resabios de sentido común en las teorías psicológicas para que puedan someter a las teorías futuras a estándares más críticos y exigentes; formarlos en epistemología para sintonizar sus antenas metodológicas y en los rudimentos de la metafísica para inmunizarlos contra el realismo ingenuo, el positivismo ciego y el relativismo viscoso; fomentar el diálogo en lugar de la ciega aplicación de metodologías superficiales e incoherentes…

En suma: reconciliarse con la filosofía, integrando su legado en nuestra práctica y nuestras teorías.

Porque aunque “nosotros no hagamos esas cosas”, “esas cosas” son necesarias para entender, criticar y mejorar “lo que nosotros hacemos”.

6 thoughts on “Filosofía y psicología: “Nosotros no hacemos esas cosas”

  1. JO says:

    Muy interesante , gracias … me quede pensando en una cosa mas , cuando la filosofía necesita perspectiva mir a la teología?…y quien habla de los dioses sino las sociedades ,por ello al igual que a la madre no se debe dejar de lado las hermanas mas aun si son bastardas como la sociología e historia… como dice Mills imaginación sociológica, hariamuchisimo bien a la psicología entender este concepto para una perspectiva mayor dentro y fuera del consultorio ….

  2. Muy interesante como siempre. Y sobre todo absolutamente de acuerdo en que gran parte la psicoterapia en concreto se ocupa de “valores” (implícitamente siempre, y muy explícitamente en cualquier psicoterapia no excesivamente breve). Hay una especie de vergüenza adolescente a conocernos y reconocernos en la filosofía, y una carencia formativa triste; igual que los psiquiatras necesitan ser aceptados como médicos ante todo (y abandonan avergonzados la psicoterapia, en la que en cualquier caso ya ni se forman).

  3. Hola Gustavo. De acuerdo con todo lo que dices. Aunque intentemos ser asépticos, en la psicoterapia abordamos también las grandes preguntas: quién soy, qué debo hacer y por qué, etc. Y es verdad que hay un paralelismo con la relación entre la psiquiatría y la medicina. Un abrazo!

  4. Canova De Lésvos. says:

    No aparece “tu charla”, la presentación que mencionas.
    Me interesa mucho saber cómo abordas el temas.
    Podrías mandarmela?
    Mi correo: [email protected]
    Gracias de antemano.
    Atentamente,
    Canova De Lésvos.

    • Hola!
      La presentación está al final del post, pero requiere de un navegador que reconozca flash. En un iPad, por ejemplo, no se puede ver; pero en casi cualquier ordenador sí. De todos modos está también en mi espacio en slideshare. Me avisas, saludos

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