El Capricho del Califa

(Cuando tenía diez años descubrí las Mil y Una Noches, en la forma del último tomo de una traducción magnífica realizada por J. C. Mardruz. Traducción que busqué con afán durante años, hasta dar con ella en una perdida librería de Madrid. Leí con fruición y varias veces todos los cuentos, llenos de magia, poesía y violencia.
A los 18, un día me senté y compuse esto, procurando repetir al pie de la letra la forma, pomposa y recurrente, de las Mil y Una Noches, y añadiendo un fondo propio -tomado un poco de Borges, un poco de Stanislaw Lem, un poco de los Mabonogion y un poco de ese universo plagado de estrellas que nos absorbe a poco que le hagamos caso.
Casualmente, había empezado a interesarme por la teoría de juegos, una pasión que terminaría conduciéndome a la Inteligencia Artificial y la teoría de la acción racional. Por otro lado, ya había leído La Historia Interminable, de Ende; y finalmente, El Jugador de Ajedrez de Maelzel, de Poe, se había convertido en mi modelo literario y lógico (y todavía lo es).
Todo esto fue el crisol del que nació el Juego Infinito.
Muchos años después daría con el poema más enigmático, autorreferencial y genial de Robert Graves: Warning to Children. Un verdadero poema sin fin… La respuesta, desde luego, es que la infinitud se deriva de la autorreferencialidad; pero descubrirlo tiene siempre un precio.
Por cierto:
la autorreferencialidad es un letimotiv recurrente en Lem, Borges, Ende, Poe, Hoffmann y Graves, en la literatura; y Bateson, Kelly, Wittgenstein, Whitehead y Hayek, en las ciencias y la filosofía. También es la base de la autopoiesis y del constructivismo; y está en la médula del taoísmo y de la perspectiva budista sobre la consciencia y la realidad. Y es la raíz de la idea aristotélica de Dios, “el motor que se mueve a sí mismo”, “la mente que se piensa a sí misma”. Por eso, cuando di con todo esto me sentí como en casa…
Este, estructuralmente idéntico a El Lago de la Tortuga y el Dragón, es uno de mis cuentos favoritos, aún hoy
).

Y dijo Scherezada:

Se cuenta -pero Alá sabe distinguir lo real de lo irreal y diferenciarlo infaliblemente- que, en la antigüedad del tiempo, había, en una ciudad entre las ciudades de los Rums más viejos, un rey de alto rango y señalado mérito, señor de vidas y haciendas, de fuerzas y ejércitos. Pero, como nada es perfecto excepto Él, el rey sufría de la enfermedad del capricho. Y era admirable y también penoso verlo mientras pensaba qué otra cosa imposible mandar a sus súbditos, los cuales le querían tanto que procuraban siempre obedecerle y morir cumpliendo sus deseos.

El rey tenía una hija, bella como la luna del mes de Ramadán y llamada Rama-de-Coral, en la deliciosa edad de primavera, cuando la rosa busca la abeja y la selva el río; y quería darle un brillante digno de semejante topacio. Pero, atacado por su enfermedad -¡maldita sea de Alá!-, decidió poner un concurso cuyo premio sería su hija y cuyo riesgo la muerte. Y pasó muchas noches buscando lo más difícil el inverosímil, y se le ocurrió pedir a los competidores, como prueba de ingenio y marca del Destino, el Juego Infinito. Así pues, extendió sus mensajeros por todas las tierras de Oriente, y dio a los concursantes el plazo de un año para presentar los juegos en su palacio. Y se dispuso a esperar, firme en su deseo e inmune al dolor de su hija, pendiente de un banal concurso. Pero el Destino -que es inevitable e inescrutable como el corazón del hombre- le escribía otra cosa.

Cientos de juegos vio el rey, y cientos de juegos rechazó, y cientos de cuerpos se alineaban en un festín macabro a la entrada del palacio. ¡Oh, de cuánto son capaces los hombres bajo el yugo del capricho! Faltaban dos días para el plazo de un año, y Rama-de-Coral parecía resignarse, cuando por toda la ciudad corrió el rumor de la llegada de tres famosos magos, sabios como los más viejos derviches y generosos como el propio rey, que venían con la seguridad de ganar el concurso. Aún había esperanza.

El último día, los tres magos se presentaron en el salón real.

– La zalema para ti, oh rey, y para ti, mi princesa, niña de mis ojos, luz de mi camino -dijo el primero, venido de los confines de India-. Os ofrezco, mi señor, el Juego Infinito: el Ajedrez.

Y sacó de su morral, con admirable habilidad, tablero y piezas, las acomodó y comenzó a jugar.

– Vos mismo ya lo conoces, señor, y sabes que es muy difícil jugar dos juegos de la misma forma y con las mismas piezas, y que el número de juegos por jugar se acerca demasiado al Infinito que pides, que es inalcanzable -terminó diciendo, con los ojos brillantes de deseo. Pero el rey permaneció sentado, reflexionando, y exclamó con desgano:

– ¿Has venido de la lejana India para traerme mi propio ajedrez? ¿Y dices que el Infinito es inalcanzable? No lo creo así, y por Alá que voy a alcanzarlo. En cuanto a tu respuesta, el ajedrez se acerca bastante al infinito, pero no lo es, puesto que deberá terminar algún día por diestros que sean los jugadores. Sin embargo, no te irás con las manos vacías, pues desde ahora serás mi Segundo Chambelán, y mi comensal y compañero de copa.

Y el mago contestó: “¡Escucho y obedezco!” Y se arrodilló hasta tocar el suelo. Y esto es lo referente a él.

En cuanto al segundo mago, he aquí que dijo:

– Tu sabiduría es inmensa, mi señor, y tu generosidad inigualable, y tu hija es como el mar, que dormita apacible ignorante de su belleza. Y tengo la seguridad de acertar donde mi hermano ha fallado. He aquí, señor mío, el Juego Infinito: el Ajedrez Chino.

Y procedió, igualmente, a sacar tablero y fichas , y a colocarlas, y a jugar. Y ante la tácita pregunta del rey, explicó:

– Sé, ¡oh mi amo!, que nunca has visto este juego. Pero yo te aseguro que es Infinito, porque ninguna pieza sale del tablero; cuando alguna de ellas muere, se la coloca de nuevo en él, pero en la primera casilla, y nunca tiene un jugador más piezas que el otro. Y es, por eso, infinito.

Pero tampoco ahora abandonó el rey su expresión, y volvió a reflexionar y a musitar gravemente:

– Te podría dar el triunfo, gran mago, si no fuera porque aún confío en hallar la verdadera Respuesta. Porque ¿de qué sirve reponer las piezas si el juego no ha comenzado? Y ¿cómo nos ayudará eso si lo interrumpimos? Pero no te marches a pie y de brazos cruzados, pues tu respuesta merece un premio. Y desde ahora, por mi orden y deseo de Alá, serás mi Primer Chambelán, y comerás de mi plato y beberás de mi vaso.

Y el segundo mago se inclinó con profundo respeto. Y eso es lo referente a él.

Y el tercer mago -porque los decretos de Alá están vedados al mortal- habló y dijo:

– No pierdas aún la esperanza, señor, y no mancilles tu mejilla con la primera lágrima, señora mía, hija de los genios. Pero antes de presentar el Juego Interminable, quiero saber, señor, si aceptas el riesgo de conocerlo.

Y ante estas palabras, el rey, dominado por su capricho -¡que se pierda en el fuego del iniferno!-, no pudo dejar de asentir.

– Así sea, pues -replicó el mago-. Mira, señor, el verdadero Juego Infinito: el Ajedrez de la Vida.

Y de su bolsa, por arte de magia, salió un tablero gigantesco y multicolor, y piezas a imagen de la gente y que se movían por sí mismas. Y allí podía verse a los magos y a Rama-de-Coral, a los fieles y a los infieles, al futuro y al pasado, a los reyes y el rey, a los ajedreces y el Ajedrez. Y la imagen del rey mostraba asombro viendo a la del mago abrir su juego. Y nunca ojos mortales contemplaron semejante belleza desde la creación de Aram-de-las-Columnas. Y nunca la volverían a ver.

– Es el Juego Infinito, porque, si bien mueren algunas piezas, otras ocupan su lugar a razón de mil por una; y el juego no puede detenerse, porque no lo juega el hombre sino que se juega a sí mismo, y hay un juego dentro del juego, y así hasta el infinito. Pero el juego, ¡oh mi señor caprichoso!, tiene que tener un Guardia para alejarlo de la vista profana; y ese Guardia debe ser un hombre, y un hombre sabio, y generoso, y preescrito para serlo. Y ese Guardia…

Pero al decir esto, tomó su propia figura y la colocó en el lugar del califa, y la de este en el suyo, y concluyó su discurso:

– …serás tú, mi señor, por un tiempo indefinido. Porque nadie puede escapar de su Destino, y Alá guarda para todos recompensa o castigo de acuerdo a sus méritos. Este es el riesgo de conocer el Juego Infinito, que no es otro que el propio Universo.

Y el rey palideció, y se mesó los cabellos, y se maldijo a sí mismo y a la enfermedad del capricho. Pero declaró al final:

– De acuerdo, gran mago. Esta es la respuesta. Y, desde ahora, serás el califa y rey de los creyentes, y te casarás con mi hija, rosa entre las rosas del jardín del Profeta. Y yo…, yo cumpliré lo que está escrito desde antes del tiempo, hasta que el tiempo termine. ¡Alá es el Eterno, el Inconmensurable!

Y desapareció. Y el Juego se fue con él. Y Rama-de-Coral se casó con el mago, y vivieron felices hasta que la Muerte, la Destructora, se los llevó del mundo del hombre.

Y ya nadie se atreve a ser caprichoso.

Y, en alguna parte, el Juego se sigue jugando.