Otra clase de sacerdotes, llamados poetas

La mejor descripción de la esencia de la terapia -y de todo lo que es curativo para el alma- fue escrita no por un psicólogo sino por un novelista:

No niego -dijo- que deba haber sacerdotes para recordar a los hombres que algún día han de morir. Sólo digo que en ciertas épocas extrañas, es necesario que exista otra clase de sacerdotes llamados poetas, para recordar efectivamente a los hombres que todavía no están muertos.

Manalive, G. K. Chesterton

El mismo espíritu, juguetón, bondadoso y bizarro, se encarna en todas partes y bajo miles de disfraces. Está En el Terry Gilliam de “Las Aventuras del Barón de Munchaussen”:

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Escapar (o “El Andariego, otra vez”)

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¿No sientes a veces el deseo -urgente, ineludible, brutal, palpitante- de escapar?

No, no porque las cosas vayan mal. Eso es lo más terrible y fascinante: quieres escapar mientras todo va muy bien. Y aunque va bien -de hecho, precisamente porque va bien- te mueres por huir.

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Aguarda, aguarda un momento. No es “escapar” la palabra correcta. Es, acaso, no fijar, dejar caer, seguir, flotar, ser conducido, moverse… Nunca echar raíces, nunca sentar cabeza. Sólo, sencillamente, ser.

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Cuyo centro está en todas partes…

Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.

He leído esta fantástica frase en varios lugares, atribuida a veces a San Buenaventura, a veces a Pascal, a veces a un genio anónimo. Borges traza su evolución en “La Esfera de Pascal” con la erudición y velado cinismo que le son tan propios. Durante años estuvo en el fondo de mi mente: se insinuaba cada cierto tiempo y volvía a derrotar mis esfuerzos por entender su sentido último.

Una noche tuve un sueño que resolvió plásticamente el enigma de años:

Yo era un mero punto de vista navegando al azar por un espacio infinito y simétrico, sin división o solución de continuidad, que se extendía en todas direcciones. Hacia abajo, a lo lejos, una miríada de puntos de colores, regularmente espaciados en una cuadrícula que bañaba un plano también infinito. Sin proponérmelo, empezaba a descender hacia ellos; y a medida que me acercaba descubría que se trataba de cabezas de alfileres clavados sobre la nada sin fondo de este Universo. (Alfileres como los que había usado, cuando niño en la escuela, para señalar en un mapa de tres dimensiones diversas montañas y ríos de mi país. Recordaba con intensidad la sensación de ver el mapa desde arriba mientras los iba colocando).

De repente, una voz -en parte mía y en parte no- susurraba sin palabras: “cada uno de esos es un ser” -yo aceleraba, desapasionadamente, hacia un alfiler en particular- “-y ese eres tú”. “¡Ajá!” -me decía, yo mismo esta vez: “¡así que por eso es Dios el círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna!”

[Si intentara expresar esta comprensión debería decir: “Incluso la persona más despreciable y abyecta, la que más odio o rechazo te produce -sí, incluso esa persona es, para ella misma, el centro del Universo -que tiene tantos centros como seres hay en él y ningún fin determinado. Y eres uno de esos centros: ni más, ni menos. Eres, sin duda, el Centro del Universo -como lo es todo lo demás, sin excepción”.]

A la mañana siguiente, ni bien despertar, identifiqué la fuente de mi sueño: la Red de Diamantes de Indra del Budismo Mahayana (que había conocido en mi adolescencia gracias a “Gödel, Escher, Bach“).

A partir de ese día, de formas que aún no alcanzo a entender, mi vida dio un vuelco. Sentí, por unos segundos, lo que sintió Yeats una tarde cualquiera en un café londinense:

My fiftieth year had come and gone,
I sat, a solitary man,
In a crowded London shop,
An open book and empty cup
On the marble table-top.
While on the shop and street I gazed
My body of a sudden blazed;
And twenty minutes more or less
It seemed, so great my happiness,
That I was blessed and could bless.

Solve et Coagula


En relación con el miedo a la complejidad, un fragmento de una entrevista a Alan Moore, quizá el más creativo, fascinante y polifacético de los escritores contemporáneos de comic:

With reference to my interest over the last 10 years in magic, one of the most useful formulas in alchemy, specifically, is “solve et coagula,” where “solve” is the act of dissolving something, where we take something apart and study how it works — what in our modern terms would be called analysis. In a scientific framework, it would be called reductionism. The other part of the formula is “coagula,” which is synthesis rather than analysis, holism rather than reductionism, the act of putting something back together in a hopefully improved form. Once you take the watch to pieces and see what was making it run slow, you put it back together and hopefully it works better.

I’d say that we’ve had an awful lot of “solve” in our culture, but far too little “coagula.” There are people who seem daunted by the complexity of our culture to the point that they’ll shy away from it rather than try to put those thousands of jigsaw pieces together into some sort of useful, coherent picture.

En efecto, hemos tenido demasiado “solve” y demasiado poco “coagula” en nuestra cultura… ¡y en nuestras consultas terapéuticas! A veces me parece, incluso, que nuestros intentos de “pensar sistémicamente” se enredan en interminables análisis.

Sin embargo, vale la pena recordar que el “coagula” nunca será más que tentativo. Nuestras imágenes serán siempre parciales; y nunca podremos saber todos los efectos de nuestros actos.

Lo cual nos recuerda el valor de la humildad, de comprender en qué posición te encuentras -y hasta dónde puedes saltar.

Holón y sabiduría perenne

Como para confirmar la idea taoísta de la constante complementariedad entre yin y yang, a la corriente exotérica (pública) de conocimiento racional, mensurable, predictivo y controlador que empezó su crecimiento a finales de la Edad Media siempre le acompañó una corriente subterránea (esotérica), cuyos autores hablaban en clave y se ocultaban detrás de símbolos y alegorías. La Alquimia, la Cábala, la Gnosis, lo mejor de la Masonería se nutrieron de ella; Mozart, E. T. A. Hoffmann, Goethe y Lewis Carroll se sumergieron en sus aguas para traernos tesoros deslumbrantes y maravillosos.

Afirma la leyenda que la sabiduría perenne se resume en un brevísimo documento, la Tabla de Esmeralda, atribuida al fabuloso Hermes Trismegisto. En ella leemos:

Lo de abajo es como lo de arriba, y lo de arriba es como lo de abajo, para obrar los milagros de una sola cosa.


¡Una frase que siempre me ha fascinado! Y una excelente descripción del “holón”, siglos antes del término.

Desde hace años, he reflexionado sobre estas palabras. Aún tengo la sensación de que su sentido se me escapa.