Por qué el país no crece, o “si no es sólo para mí no será para nadie”

Cake

Una de las creencias que favorecen la desconfianza es lo que podemos llamar (parafraseando un clásico de la teoría de juegos) “el juego de suma cero“: la idea de que toda ganancia por mi parte equivale a una pérdida por parte de los demás y viceversa. En otras palabras, que la riqueza es limitada; que todos debemos repartirnos los mendrugos de una sola y lánguida torta -porque hacerla crecer, amasar más torta, es imposible; que ganar para mí es perder para todos los demás.

Es una creencia muy frecuente; la comparten, por ejemplo, la teoría económica de Marx y los socialistas, las cosmovisiones de muchas culturas orales (ambas tienen mucho en común, como señaló Popper en La sociedad abierta y sus enemigos)… Y, desgraciadamente, la filosofía de vida del común de los ecuatorianos -a juzgar por los resultados de la Investigación Confianza y por la siguiente anécdota de la vida real.

Cenando fuera

Una empresa solicita al Municipio permiso para construir un aparcamiento subterráneo para 300 automóviles debajo de un parque en una zona altamente turística. Frente a este parque hay dos restaurantes; sus dueños se oponen enérgicamente al proyecto. ¿La razón? Que con los aparcamientos ya existentes (no más de diez junto a las aceras) tienen “más que suficiente”: “supongamos que se construye el parqueadero y me vienen de repente 50 clientes, cuando sólo puedo atender a 10; se van a ir a otros restaurantes, ¡y yo los perderé!”

No se les ocurre que si hay más clientes para todos también ellos se beneficiarán; o sea, que si se agranda la torta sus pedazos también engordan. No: “o gano solamente yo, ¡o no gana nadie!”

Una visión obtusa, desconfiada y torpe. Una creencia frecuente, pero groseramente errada. Porque, si fuera cierto que la vida es un juego de suma cero, sería imposible que un país pudiera crecer y desarrollarse; tendría por fuerza que robar a los demás países -y así se abre paso el monstruo del imperialismo y el autoritarismo, de derecha o de izquierda.

Donde acaba todo imperio

En realidad, sabemos que la suposición de suma cero es un error al menos desde David Ricardo y sus “ventajas comparativas”, una extensión del genial descubrimiento de Adam Smith, la división del trabajo.

El ejemplo clásico: supongamos que mi vecino es un deportista famoso y que su casa tiene un jardín grande pero descuidado. Él tardaría 3 horas en cortar el césped; yo, en cambio, tardaría 5. Pero a mí me pagan USD 10 la hora en mi oficina; a él, USD 1000 por cada hora de filmación de un anuncio de televisión. Para él, cortar el césped supone perder USD 3000 (esto se llama “costo de oportunidad”); yo perdería USD 50. Por ende, si él me contrata para hacerlo y me paga más de USD 50 (pero menos de USD 3000), ¡ambos salimos ganando!

Desde luego, esta es una simplificación (que no toma en cuenta, entre otras cosas, los rendimientos marginalmente decrecientes); pero la lógica fundamental es compartida por la mayoría de economistas contemporáneos y puede resumirse en una sencilla ley: “cada persona debe especializarse en lo que hace mejor”.

La lucha por la vida

Ni Smith ni Ricardo pudieron prever que la demostración definitiva de las ventajas comparativas vendría de la teoría darwinista. Pero así es. La ingente biodiversidad de la Tierra demuestra que la torta no es una sola; o, más bien, que el límite absoluto de sustentación de vida del ambiente (dado, en último término, por la cantidad de energía solar que absorbe el planeta) se puede subdividir en infinidad de nichos, cada uno con sus propios límites y especies.

Ciertamente, dentro de un nicho ecológico dado, los organismos compiten por los recursos escasos. Pero el ciego algoritmo evolutivo se encarga de crear nuevas especies que descubren y aprovechan nichos antes inexplorados. La bosta de la vaca es el alimento del escarabajo; y éste nutre a los gusanos, que sostienen a las bacterias -y así sucesivamente.

Las especies se sostienen porque (valga la redundancia) se especializan; es decir, aprenden a aprovechar mejor los limitados recursos disponibles. Obtienen más (más tiempo de vida, más vástagos) con menos (menos alimentos, menos energía). Así como la “riqueza” o rendimiento de un sistema económico está en función de la especialización del trabajo en su interior, la capacidad de sustentación de un sistema ecológico varía de acuerdo con su biodiversidad (el número de especies y la proporción de individuos en cada una). A mayor diversidad, mejor explotación de recursos; y, por ende, mayor capacidad de sustentación del entorno.

Una consecuencia de esto que suaviza las pretensiones del socialismo: las sociedades que crecen no sólo redistribuyen mejor la riqueza; ante todo, aprenden a crear continuamente más riqueza.

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En resumen, lo que beneficia a la sociedad también me beneficia; cualquier aumento de la riqueza y la productividad termina por llegar a mi bolsillo. A la inversa, cuando me comporto egoísta y suspicazmente, cuando me niego a que todos ganemos porque quiero ganar sólo yo, erosiono lenta pero incansablemente el tejido social en el que vivo. Me destruyo, sin saberlo, a mí mismo.

El ecuatoriano, en cambio, parece creer que si él gana los otros pierden; que cualquier ganancia de otro es a costa de su pérdida. No es tanto que “no sea solidario” (como suele argüirse superficialmente), que “piense primero en él”. ¡Eso está muy bien! El problema es que asume que pensar en él implica pensar en contra de los demás. ¡Así es nuestra sociedad hobbesiana!

Estas son las creencias que tenemos que cambiar, lenta y progresivamente, con la educación, el esfuerzo -y el ejemplo. Este es el reto y la oportunidad de nuestros días. Y el tiempo apremia; porque si no hacemos algo, estamos condenados