La teoría del “defecto de fábrica”

Botanischer Garten, de Edgar Ende

Muchas escuelas psicológicas parten de la que podríamos llamar “teoría del defecto de fábrica”: que nuestros problemas vitales, las dificultades con que nos encontramos una y otra vez en la tarea de vivir, obedecen a un trastorno intrínseco, una “falla” instalada en nosotros en la infancia (o antes); una “falla” profunda, ineludible, imprecisa e “inconsciente”. Los famosos “traumas”, por ejemplo –desacreditados desde hace tiempo; o las “memorias reprimidas” que cabe “recuperar” -igualmente desacreditadas.

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Viscosidad

Mirada penetrante...

“Viscosidad de la libido”. Así explicaba Freud el hecho de que nos resulte tan difícil abandonar un amor, dejar atrás lo que hemos querido. Bueno, no lo explicaba realmente: sólo le daba otro nombre. Y una colorida metáfora: la libido, como una golosa ameba, extendiendo sus tentáculos para engullir su objeto de deseo.

Cuando perdemos a alguien, la ameba libidinosa se contrae -y eso le disgusta; por eso sufrimos y nos entristecemos. Con cada recuerdo doloroso, el bicho retira uno de sus pegajosos miembros; de ahí que tengamos que pasar por ese largo y tortuoso camino del duelo, ese constante tiroteo de memorias, olores, imágenes y sensaciones que nos apabulla sin que podamos detenerlo ni ponernos a cubierto.

Un niño muy malo

Por su parte, el caballero de la foto tenía una frase deliciosa en uno de los mejores cuentos de este mágico libro:

Mi libro preferido de la infancia

Venía a decir más o menos que no releemos un libro viejo buscando su empolvado contenido sino a nosotros mismos -a lo que fuimos al leerlo por vez primera.

Podríamos partir de aquí para ensayar una explicación distinta: el complicado olvido tarda tanto y hace tanto daño porque en realidad consiste en olvidarnos a nosotros mismos. Dejamos de lado lo que éramos con alguien -lo que fuimos y ya jamás seremos; nos libramos de cantidad de futuros que, paradójicamente, relegamos al pasado -de sueños y deseos por siempre insatisfechos. No perdemos a alguien: nos perdemos a nosotros mismos.

Para volvernos a encontrar, sí, con algo de suerte; para descubrir por enésima vez que el sol brilla deslumbrante, el agua empapa, la nieve sabe a hielo y la hierba se deleita con nuestros pies desnudos.

Para comprender, de nuevo, que toda explicación es vana -comprenderlo y volverlo a olvidar.

XI

Cuando estabas, las flores llenaban la casa.
Al irte, dejaste el lecho vacío.
La manta bordada, doblada,
permanece intacta.
Tres años ya han transcurrido,
pero tu fragancia no se disipa.
Te añoro, y de los árboles caen hojas amarillas.
Lloro, y sobre el verde musgo brilla el rocío.

Li Po