Robert Graves, psicólogo

Desde hace algunos años imparto en la Universidad San Francisco de Quito una asignatura de Interpretación de los Sueños; un taller práctico en el que más que revisar teorías nos dedicamos a explorar y descifrar los sueños de cada uno clase a clase.

Pese a reconocer la importancia de las ideas de Freud y Jung, el método que empleo para interpretar se basa únicamente en dos grandes maestros: Calvin S. Hall y Eugene Gendlin.

Curiosamente, ninguno de ellos enfatizaba la interpretación en sí, sino el trabajo con el soñante; como dice Hall, entender un sueño es comprender al soñante -la forma en que experimenta al mundo, a los demás y a sí mismo.

El Sentido de los Sueños, de Robert Graves

Hoy he dado, por pura casualidad, con una pequeña joya: El Sentido de los Sueños, de Robert Graves -de quien he hablado repetidas veces y a quien admiro con frenesí.

Sabía que era un poeta incomparable, un novelista excelente y un mitógrafo aventurado y extravagante; ignoraba que, además, hubiese sido un psicólogo nato y perspicaz; que ya en 1924, con sólo 29 años, hubiese publicado un opúsculo corrigiendo a Freud y Jung y anticipándose a Hall, a Suzanne Langer y al mismo Gendlin.

Pero no me extraña, visto lo visto; no me extraña, dada la dolorosa sabiduría de sus poemas.

When a dream is born in you
With a sudden clamorous pain,
When you know the dream is true
And lovely, with no flaw nor stain,
O then, be careful, or with sudden clutch
You’ll hurt the delicate thing you prize so much.

Dreams are like a bird that mocks,
Flirting the feathers of his tail.
When you seize at the salt-box,
Over the hedge you’ll see him sail.
Old birds are neither caught with salt nor chaff:
They watch you from the apple bough and laugh.

Poet, never chase the dream.
Laugh yourself, and turn away.
Mask your hunger; let it seem
Small matter if he come or stay;
But when he nestles in your hand at last,
Close up your fingers tight and hold him fast.

Dudar, destruir y hacerse el tonto

Me parece a mí que el poeta de la Última Época Cristiana estaba comprometido, para conservar su integridad, a resistir, dudar, destruir y hacerse el tonto; solamente cuando se encontraba con un compañero poeta de su misma mentalidad, o con una mujer sobre la cual el espíritu de la diosa había descendido en secreto, sentía que aún no estaba todo perdido. ¿No es así?

 

La Diosa Blanca, a través de Robert Graves

Una gota en el aire, una palabra en un libro

Yo he tenido muchas formas
Antes de lograr una forma congenial.
He sido una estrecha hoja de espada.
He sido una gota en el aire.
He sido una estrella brillante.
He sido una palabra en un libro,
He sido un libro originalmente.
He sido una luz en una linterna.
Un año y un semestre.
He sido un puente para pasar
Tres veintenas de ríos.
He viajado como un águila.
He sido un barco en el mar.
He sido un caudillo en la batalla.
He sido el cordón del pañal de un niño.
He sido una espada en la mano.
He sido un escudo en una pelea.
He sido la cuerda de un arpa,
encantado durante un año
en la espuma del agua.
He sido un atizador en el fuego.
He sido un árbol en un refugio.
No hay nada en que yo no haya estado.
He combatido, aunque pequeño…

La Batalla de los Árboles, citada por Robert Graves en La Diosa Blanca

Todos somos ángeles

Hay gente que tiene un vacío en su interior; un pozo negro que se traga todo lo que encuentra, una red donde se agazapa una araña. Gente a la que parece haber alcanzado una maldición inexorable, el odio de un dios ignoto. Gente que hace daño, muchísimo daño –y que sufre lo indecible por ello; que pone todo su empeño en evitarlo –y sólo consigue agravarlo aún más; que trata de sobrevivir haciendo caso omiso de su propio dolor –y fortaleciéndolo en el ínterin.
Es gente que acumula sumas ingentes de nobleza y angustia, de culpa y autosacrificio; gente cuya mera existencia es testimonio del atroz milagro que nos une y nos divide.

Mysterium Tremendum

Creí escuchar que la etimología derivaba la palabra “ángel” de una expresión que significaba “Heraldo de Dios”. Si es así, todos somos ángeles, alguna vez; pues en todos se encarna el infinito cuando es preciso.
Y cabe recordar que la divinidad no es siempre benévola; por el contrario, también es ilimitadamente atroz. También la muerte es portentosa, no menos que el nacimiento –lo grotesco no menos que lo bello, lo abyecto tanto como lo sublime.

Kali, la Terrible

Así que estas personas deben de ser ángeles constantemente, sin descanso, cada segundo; ángeles de tristes facciones y desgarradora mirada, de almas afiladas como espadas y corazones ávidos de sangre.
Una carga muy, muy pesada.

Conozco a una de ellas.

The Three-Faced

Who calls her two-faced? Faces she has three:
The first inscrutable, for the outer world;
The second shrouded in self-contemplation;
The third, her face of love,
Once for an endless moment turned on me.

Robert Graves

And no birds sing.

El portal era antiguo, rodeado de una tupida hiedra. Alta, esbelta, rubia, lloraba con desesperación. Corrí a su encuentro –lloraba por culpa mía; sólo pude abrazarla y musitar “no pasará nada, no pasará nada”.
Pero no pude detenerla. Siguió llorando, sin descanso; un llanto suave, penetrante, torvo –una canción y un cuento. No era bella, no; facciones demasiado cinceladas, ojeras desvaídas, cabello revuelto, ondulante traje blanco. Me atraía, no obstante, con pasión irreflexiva; y su llanto in crescendo terminó por despertarme.

Hace muchos años tuve este sueño; y desde entonces regresa, cada cierto tiempo, dejándome tan dolorido e indefenso como la primera vez. Nunca he sabido por qué llora, quién es, por qué la quiero tanto –sólo que la necesito como la espada a la sangre.
Tiempo después me descubrí en esta turbadora descripción:

La Diosa es una mujer bella y esbelta con nariz ganchuda, rostro cadavérico, labios rojos como bayas de fresno, ojos pasmosamente azules y larga cabellera rubia… El motivo de que los pelos se ericen, los ojos se humedezcan, la garganta se contraiga, la piel hormiguee y la espina dorsal se estremezca cuando se escribe o se lee un verdadero poema, es que un verdadero poema es necesariamente una invocación de la Diosa Blanca, o Musa, la Madre de Toda Vida, el antiguo poder del terror y la lujuria, la araña o la abeja reina cuyo abrazo significa la muerte.

“Los ojos se humedezcan…” Como me sucedía cuando leía Annabel Lee, de Poe, o La belle dame Sans Merci, de Keats, o la Morte d’Arthur, de Tennyson.
“Los ojos se humedezcan…” Todavía me ocurre; por eso languidecen mis colecciones de poesía romántica inglesa mientras me sumerjo en la psicología o la filosofía; por eso no leo La Dama que llevó el Alma, de Cordwainer Smith, cuando estoy solo; por eso no puedo mirar fijamente a Ofelia:

Ophelia, J. E. Millais.

Descubrí, además, el floreciente culto de la Diosa: la Wicca, a Margaret Murray y Gerald Gardner; y me sentí completo y engañado al mismo tiempo.

Alguien, alguna vez, fue ella, durante un fugaz instante; huelga decir que corrí en su busca hasta inmolarme.

A la larga, el dolor y la esperanza me aconsejaron que la abandonase. Y cerré tras de mí una puerta, y eché a andar.

Mas mi chica rubia, esbelta y desesperada aparece de cuando en cuando y me evoca con su lamento inconfundible. Y respiro hondo, y la ignoro –la puerta cruje –y todo termina; se marcha, y regreso al sereno tedio.

Al que he terminado por habituarme. Sólo temo una cosa: ¿y si, esta vez, se ha marchado para siempre?

And no birds sing.