Bruce Lee y el fin de las escuelas psicoterapéuticas

Ya he mencionado el paralelismo entre las artes marciales y la terapia. Es lógico: al fin y al cabo, ambas estudian cómo conducir las interacciones al mejor desenlace posible con el mínimo esfuerzo.

En otras palabras, tanto las artes marciales como la psicoterapia investigan la mejor manera de organizar la acción: aquellas los movimientos, esta el diálogo. Y por ende, identifican patrones recurrentes que aíslan, desmenuzan, reordenan y perfeccionan hasta alcanzar la máxima eficacia. En las artes marciales japonesas, estos patrones se llaman kata (“forma”); en psicoterapia, “técnicas” o “intervenciones”. En definitiva, las artes marciales son simplemente una forma de organizar la acción con la mayor eficacia y elegancia: lo mismo que la terapia.

Las artes marciales se dividen en “disciplinas”, que a su vez engloban “estilos” que enfatizan distintos aspectos del arte del combate (fuerza vs. velocidad, armado vs. desarmado, patadas vs. puñetazos, golpear vs. aferrar, detener vs. desviar, etc.) Asimismo, la psicoterapia comprende “escuelas” o “líneas teóricas”, cada una con sus objetivos terapéuticos y formas de valorarlos, que enfatizan diversas “técnicas” en distintas secuencias: la “interpretación”, el “diálogo socrático”, la “catarsis”, la “integración de polaridades emocionales”…

A mi entender, este tinglado de escuelas y teorías está en decadencia y ha de dar paso a la investigación y descubrimiento de los principios fundamentales del cambio terapéutico, asociado con la construcción de un sólido modelo de la mente y sus correlatos neurales y socioculturales. Una tarea magna pero insoslayable.

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“Soy terapeuta, a secas”: el fin de las escuelas psicoterapéuticas, cuarta parte

Las “escuelas terapéuticas” deben desaparecer. He esgrimido ya tres razones:

  1. La mayor parte de terapeutas eligen “escuela” no por su eficacia sino porque coincide con sus prejuicios y visión del mundo;
  2. Según la investigación, el principal predictor del éxito en terapia no es la técnica o “corriente” que el terapeuta emplee sino la interacción entre su persona y las de los pacientes, sobre todo en lo que se refiere a su capacidad de crear alianzas terapéuticas sólidas y negociar contratos terapéuticos viables, lo cual requiere una visión fundada en la esperanza, no en el déficit;
  3. Los hallazgos de la neurociencia, la psicoterapia empírica, la ciencia cognitiva y la psicología social convergen, lentos pero inexorables, hacia un núcleo de hipótesis comunes, la más importante de las cuales es la intersubjetividad radical (y, añado ahora, el dejar atrás las perspectivas centradas en la homeostasis para alcanzar otras más eficaces y plausibles, centradas en el cambio adaptativo y los equilibrios dinámicos).

Resta por exponer la cuarta, última y más importante, cosa que haré en dos entregas. La he dejado para el final porque, a diferencia de las anteriores, no es exclusiva de la psicoterapia sino que permea la “mentalidad” contemporánea; es ubicua pero, por eso mismo, menos obvia -y más poderosa. Se infiltra invisible y subrepticia en la consulta de todo terapeuta; extiende sus tentáculos hacia cualquier conversación orientada al cambio; es nuestra estrategia preferida ante el sufrimiento y la patología. Es una tentación siempre presente en nuestro trabajo -y, de hecho, en la vida, en la medida en que es también dolorosa.

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La Nueva Interpretación de los Sueños: neurociencia y constructivismo

Escuela Sistémica ArgentinaAcabo de regresar del Ateneo que he dictado en la Escuela Sistémica Argentina sobre “La Nueva Interpretación de los Sueños: neurociencia y constructivismo”. Una experiencia magnífica, muy animada y acogedora.

Los sueños son uno de los temas más fascinantes de la psicología y la psicoterapia -y, a la vez, de los más manoseados, habitualmente con poca destreza o sensibilidad. Desde que Freud propusiera sus ideas, sugestivas pero casi siempre equívocas, acerca de su contenido y método de interpretación, los sueños han sido capturados por la “psicología profunda” -para consternación de psiquiatras y psicólogos científicos, que han huido de ellos como de la peste. Así, ninguno de los dos “bandos” ha podido aprovechar las intuiciones o evidencias del otro.

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La homeostasis no existe: revolución en la teoría sistémica

Hace menos de un mes se publicó en Nature un hallazgo que, si se confirma, revolucionará la biología -y, a la larga, la psicología y la psicoterapia, sobre todo sistémica.

Los biólogos lo sospechan; los psicólogos y coaches, en cambio, ni se lo imaginan. Pero su forma de entender su trabajo, su modus operandi, tiene los días contados.

La peligrosa idea de este artículo, el germen de la revolución, es engañosamente simple:

La homeostasis no existe.

Es un mito, una falsedad. O más bien, una verdad a medias. Explica sólo un trozo de la realidad; es únicamente un caso límite de una teoría más amplia -como la teoría gravitatoria de Newton es en realidad parte de la relatividad general de Einstein.

Pero ¿por qué es tan revolucionario afirmar que la homeostasis no existe? Para entenderlo debemos dar un breve paseo por la historia de las ideas, empezando por el hallazgo en cuestión (que resumo a partir del abstract). (Los interesados en las implicaciones terapéuticas pueden ahorrarse este paseo e ir directamente al final del artículo).

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“Soy terapeuta, a secas”: el fin de las escuelas psicoterapéuticas, segunda parte

Sostenía en el anterior artículo que las escuelas psicoterapéuticas deben desaparecer. Expuse una razón: los terapeutas elegimos una corriente no porque sea más eficaz, científica o potente sino porque coincide con nuestra cosmovisión e ideas preconcebidas de la naturaleza humana. Y la mantenemos no porque veamos que funciona sino porque nos permite explorar nuestra identidad cómoda y ampliamente, marcando los límites del territorio que nos atreveremos a indagar.

Esto concuerda con uno de los resultados más sorprendentes y enigmáticos de la investigación en eficacia: la capacidad de los terapeutas no va de la mano con sus años de formación. En otros términos, un terapeuta puede ser muy bueno con sólo dos o tres años y otro muy malo pese a diez años de estudio. Los cursos, talleres, seminarios, etc., que pueblan el mundo “psi” no mejoran per se la competencia de los interventores. Asimismo, éstos tienden a sobrevalorar su capacidad y a recordar selectivamente sólo los procesos terapéuticos exitosos.

De modo que la defensa de las escuelas porque son “mejores”, “más científicas” o “más eficaces” cae en saco roto al constatar que no son ésas las razones por las que las defendemos en realidad.

La esperanza: el principio activo de toda psicoterapia eficaz

Pero hay más. En 1961, Jerome Frank publicó el que ya es un clásico en la historia de la psicoterapia: “Persuasion and Healing: a Comparative Study of Psychotherapy” (se puede descargar gratuitamente de aquí). Allí y en las sucesivas ediciones Frank sostiene que todas las psicoterapias comparten un trasfondo común. Las personas acuden a terapia desanimadas y con una serie de problemas, habitualmente depresión y ansiedad. Esto es, las personas vienen por la desmoralización causada por sus síntomas, no para aliviar los síntomas mismos. Por ende, Frank postula que la psicoterapia es eficaz porque trata directamente esta desmoralización y sólo indirectamente los síntomas que se originan en el supuesto trastorno subyacente. Y la trata porque la relación con el terapeuta está cargada de emociones y significado; el paciente se pone en sus manos y confía en que podrá ayudarlo, y el terapeuta le expone un mito que explica su malestar y una serie de rituales que propenden a eliminarlo. En suma, el principio activo de la terapia, dice Frank, es la esperanza. Y la esperanza, aunque más compatible con ciertas corrientes, no es exclusiva de ninguna de ellas; es un factor común.

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“Gracias por venir”, o “buenos días, soy un don nadie”

Muchos terapeutas (sobre todo familiares) tienen la manía de empezar sus sesiones diciendo: “buenas, gracias por venir”. Creen que con esto se “acomodan” a la familia, haciéndola sentir mejor y más “aceptada”, reduciendo su “ansiedad” ante una situación desconocida, siendo afables y humanos…

Convirtiéndose, también, en perfectos inútiles. Porque al decir “gracias por venir”, el terapeuta está diciendo “buenos días, soy un don nadie”.

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La teoría del “defecto de fábrica”

Botanischer Garten, de Edgar Ende

Muchas escuelas psicológicas parten de la que podríamos llamar “teoría del defecto de fábrica”: que nuestros problemas vitales, las dificultades con que nos encontramos una y otra vez en la tarea de vivir, obedecen a un trastorno intrínseco, una “falla” instalada en nosotros en la infancia (o antes); una “falla” profunda, ineludible, imprecisa e “inconsciente”. Los famosos “traumas”, por ejemplo –desacreditados desde hace tiempo; o las “memorias reprimidas” que cabe “recuperar” -igualmente desacreditadas.

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