Es tan triste descubrir que alguien a quien amas es patético e infantil, egoísta y necio. Triste, porque entonces ¿cómo es que lo amabas en primer lugar?
Porque no veías lo que era sino lo que podías ver: veías “a través de un cristal oscuro” color esmeralda, de tu propia creación.
O de la creación de alguien.
Como Keats, para quien la “bella y elegante, graciosa, tonta, ajustada a la moda y extraña… MINX”, Fanny Brawne, representaba la más excelsa belleza, el amor, la pasión y la admiración.
El caso es que un buen día se te caen las escamas de los ojos y contemplas por primera vez la abyección de tu objeto de afecto. Cambias, sin duda alguna; pues has atravesado una anagnórisis, una “escena de reconocimiento”: ahora sabes quién es -y quién eres tú, en realidad.
Y te sientes vacío. Vacío -y en paz.
Naturalmente, no depositamos nuestro amor donde queremos sino donde cae el rayo.
Pero ¡por cuán poco se vende mi Musa!
Yo también fui una abeja:
y bebía tu sangre del tomillo y la rosa.
Yo también fui serpiente:
me enroscaba en tu cuello mordisqueando tus labios.
Fui un lobo más tarde:
perseguía tu sombra que vadeaba la luna.
Pero hoy, soy humano:
ahora hablo, y te lloro
cuando cae la noche.