La mejor descripción de la esencia de la terapia -y de todo lo que es curativo para el alma- fue escrita no por un psicólogo sino por un novelista:
No niego -dijo- que deba haber sacerdotes para recordar a los hombres que algún día han de morir. Sólo digo que en ciertas épocas extrañas, es necesario que exista otra clase de sacerdotes llamados poetas, para recordar efectivamente a los hombres que todavía no están muertos.
Manalive, G. K. Chesterton
El mismo espíritu, juguetón, bondadoso y bizarro, se encarna en todas partes y bajo miles de disfraces. Está En el Terry Gilliam de “Las Aventuras del Barón de Munchaussen”:
En el Pierre Jeunet de “Amelie”:
En “Eternal Sunshine of the Spotless Mind” y “Be Kind, Rewind” de Michel Gondry:
En “Kikujiro” de Takeshi Kitano:
En “Being There” de Hal Ashby:
Está en Lewis Carroll y Mark Twain, el joven H. P. Lovecraft de “Dream Quest of the Unknown Kadath” y el joven Lord Dunsany; en el anciano Yeats y en Blake -siempre en Blake, en cada grabado y cada sílaba. En Borges, E. T. A. Hoffmann, Tennyson, Li Po, “El Principito” de Saint-Exupéry y algunas -pocas- cosas de Poe (“Israfel” sin duda, y “Annabel Lee”); en Calvino y el Lobo Estepario de Hesse y “Señor Dios, soy Anna” de Fynn. Está en Michael Ende casi sin mácula y en el Robert Graves de “Siete Días en Nueva Creta”. Está en este fragmento de “Puerta al Verano” de Heinlein:
Cuando Pet era muy pequeño, todo pelusa y ronroneos, ya había adquirido una sencilla filosofía: yo me ocupaba de la vivienda, del racionamiento y del tiempo, y él de todo lo demás; pero me hacía especialmente responsable del tiempo.
Los inviernos de Connecticut sólo son adecuados para las tarjetas de Navidad; aquel invierno, Pet observaba regularmente su propia puerta, negándose a salir debido a aquella desagradable sustancia blanca que había en el exterior (no era ningún tonto), y luego me hostigaba para que abriese una de las puertas para personas. Estaba convencido de que al menos una debía conducir a un tiempo de verano. Eso significaba que en cada ocasión tenía que ir con él a cada una de las once puertas, mantenerla abierta hasta que se convenciera de que también allí era invierno, y luego pasar a la puerta siguiente mientras sus críticas a mi mala administración crecían en acritud con cada decepción.
Luego permanecía en el interior hasta que la presión hidráulica materialmente le obligaba a salir. Cuando regresaba, el hielo de sus patas resonaba como zuecos sobre el suelo de madera, y me miraba y se negaba a ronronear hasta que se lo había arrancado todo… después de lo cual me perdonaba hasta la próxima ocasión.
Pero nunca abandonó su búsqueda de la Puerta al Verano.
Y el 3 de diciembre yo también la estaba buscando.
Está en los gatos temibles y adorables de Cordwainer Smith y el viajero estelar Ijon Tichy de Stanislaw Lem; en el hombre sin sombra de Adelbert von Chamisso, los cuentos de Andersen y las deliciosas “Just So Stories” de Kipling. Está en cierto Hawthorne (“La hija de Rapaccini”, “El joven Goodman Brown”) y en algunos viejos manuales de magia negra y roja; en la venerable y terrible “Häxan” de Benjamin Christensen, el mejor Arthur Machen y “El Mago” de John Fowles.
Está en la April Ryan de “The Longest Journey” y en algunos finales del “Bladerunner” de Westwood y el “Knights of the Old Republic“.
Está, con tanta fuerza que duele, en “Cowboy Bebop”.
Está, claro, en la Diosa Blanca:
Who calls her two-faced? Faces, she has three:
The first inscrutable, for the outer world;
The second shrouded in self-contemplation;
The third, her face of love,
Once for an endless moment turned on me.
Y está, por momentos, en esos ojos que nunca pudiste olvidar y ese olor que te sigue a todos lados.
Está, a veces, en ti.
No es siempre bello; pero sí trascendente, sobrecogedor. Tanto el amor como el dolor desnudan el corazón del universo, el milagro palpitante de la Vida y la Muerte en su eterna danza-sueño.
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