La degradación del periodismo, o el periodista, de comentarista a francotirador

La mayor parte de gente estaría de acuerdo en que los dos periodistas más representativos del Ecuador son Carlos Vera y Jorge Ortiz. Son, sin duda, los que gozan de mayor presencia en los medios: editorialistas de varios periódicos y revistas, entrevistadores estrella de sus canales de televisión, corresponsales de servicios de prensa internacional… En suma, quienes toman el pulso al país día tras día para exhibir sus diagnósticos en los medios masivos.

Pese a sus diferencias (sin duda abismales) tienen algo en común: su estilo de entrevista, que podríamos denominar “francotirador”. Se apostan detrás de su escritorio, adoptan una actitud profesional y someten a su entrevistado/víctima a una andanada de preguntas capciosas y vagamente inquietantes. Aprovechan cualquier desliz para introducir la cuña de la duda y la desconfianza: nada es lo que parece, todo es sospechoso, nadie está a salvo de su mirada penetrante.

Lo admito: los he caricaturizado un poco. Sólo un poco, y no más de lo que ellos suelen caricaturizar a sus invitados. ¿Será esto lo que ha de hacer un periodista?

Supongo que no. Al menos, no solamente esto.

Este estilo de entrevista tiene sus implicaciones, no demasiado positivas. Por ejemplo, que tienden a ser erráticas. Una conversación fluida es como una danza: los intercambios se suceden rítmica y apropiadamente, sin solución de continuidad, en una dirección que se va estableciendo sobre la marcha. Las entrevistas de Vera y Ortiz también parecen una danza -sólo que una en la que ambos bailarines quieren conducir y se niegan a ceder ante el otro; con lo cual, están llenas de desvíos abruptos, silencios cargados de tensión y respuestas de relleno.

A los espectadores les cuesta seguir estas entrevistas salpicadas de azar -por más que disfruten del morbo de ver cómo Ortiz o Vera crucifican a cualquier persona que se aviene a conversar con ellos.

Pero lo más terrible es que, en contra de lo que ambos puedan suponer, este estilo de entrevista no encaja dentro del periodismo serio. El objetivo de una entrevista es aproximar a los escuchas o televidentes a un personaje: internarnos en su mundo, su forma de pensar y vivir, sus ideas; familiarizarnos con aquello que lo hace diferente -sea un actor, un cantante, una personalidad o un político. No es desnudar sus contradicciones frente a millones de personas.

Desde luego, el entrevistador puede ser confrontantivo: de hecho, es necesario que lo sea, para poner a prueba al entrevistado y permitirle explicar o aclarar un malentendido; para darle la oportunidad de demostrar su habilidad y competencia frente a una dificultad.

No obstante, no es lo mismo ser confrontativo que ser brusco, descortés o vulgar; que interrumpir al interlocutor para ahondar en una (supuesta) incoherencia; que pinchar insistente y torpemente hasta sacarlo de quicio -para regodearse entonces en su traspiés; que guardarse un as bajo la manga para esgrimirlo en el momento más inesperado haciendo gala de “olfato” periodístico.

Debajo de esto se intuye una cierta sensación de inferioridad y una continua lucha por el poder o el dominio, por imponer las reglas de la conversación. Lo cual es necesario, sí; pero puede hacerse en instantes. Es más: los entrevistadores verdaderamente hábiles lo hacen en los primeros diez segundos.

Sólo los aprendices tardan una hora en conseguirlo.