Hace un tiempo recibí la invitación del Departamento de Psicología de la Universidad Cardenal Silva Henríquez en Santiago de Chile para que los visitara y presentara algunas de las cosas en las que he venido trabajando últimamente (como esta y esta). Tras varios intercambios logramos, por fin, acordar fecha, la tercera semana de noviembre, y definir un cronograma de actividades muy intenso e interesante.
La primera fue la conferencia inaugural de la Semana de Psicología: una presentación sobre las diferencias entre constructivismo y construccionismo y sobre la manera en que dichas diferencias pueden salvarse de cara a la intervención terapéutica.
Fue una gran oportunidad para actualizar lo dicho en este artículo; la reflexión incluía ideas ya desarrolladas aquí, aquí, aquí y aquí, y otras que aún no han visto la página impresa.
La mañana del día siguiente, junto con terapeutas e interventores sistémicos de un centro asociado a la Universidad (el centro de Estudios y Atención a la Comunidad), exploramos el tema de los “casos difíciles” en psicoterapia (sobre lo cual versa mi tesis de licenciatura). Propuse un abordaje a partir del concepto de “metacognición”, sumamente famoso en la tradición cognitiva (y, ahora, psicoanalítica) pero prácticamente desconocido entre los sistémicos, señalando que la metacomunicación requiere de la metacognición, pero no a la inversa; esto es, que para lograr que ciertas personas alcancen un desempeño metacomunicacional es preciso favorecer el desarrollo metacognitivo a través de algunas técnicas y sobre todo de una postura “autocontemplativa” por parte del interventor. En la medida en que dicha postura esté ausente o comprometida, un caso, cualquiera, puede volverse “difícil” y empantanarse en interacciones repetitivas, empobrecedoras e inquientantes entre interventor y consultantes.
Lo que considere “difícil” es, pues, un excelente indicador del nivel metacognitivo del terapeuta mismo en relación con ciertos aspectos de su identidad; y no necesariamente de la complejidad “objetiva” del caso per se.
Preparamos luego un caso que atendimos en la cámara de Gesell; la comunicación fue fluida y abierta. Como señalo en este texto, ¡las familias suelen hacer gala de muchísima paciencia con nosotros los terapeutas!
Por la tarde tuvimos una charla con los estudiantes de la carrera de Técnico en Educación Social que trató sobre “desviación positiva” y la capacidad de convertirse en un agente “clandestino” de cambio social. En esta fotografía están Ximena Canelos, la coordinadora de la carrera, e Irene Salvo, docente del Departamento y gestora de mi visita.
Finalmente, la mañana del viernes presenté el marco teórico de la investigación sobre confianza y capital social patrocinada por la U. P. Salesiana ante un auditorio mixto: sociólogos, investigadores, pedagogos, psicólogos sociales… Se suscitó una conversación animada sobre la (im)posibilidad de “crear” confianza ad libitum, la relación entre confianza y apego, la noción de “riesgo” en la teoría de Luhmann, la emoción en la teoría social y otros problemas.
Y el sábado visitamos Valparaíso, ¡una ciudad preciosa!
En suma, fue un viaje renovador, fabuloso y apasionante… que abre la puerta a futuras colaboraciones.
¡Gracias, Irene!