Los costos de la ilegalidad

Hace unos días, un adinerado y exitoso empresario de Quito arengó a “sus trabajadores” diciendo:

Antes era muy fácil evadir impuestos; de hecho, creo que todas las empresas ecuatorianas lo hacían. Pero ahora es más difícil, sobre todo porque las penas se han endurecido y puedes ir a la cárcel. Entonces, ahora sí que vamos a declarar lo que corresponde, vamos a registrarlos en el Seguro Social, a declarar la verdadera cuantía de sus sueldos al Servicio de Rentas Internas…

En otras palabras, “nunca hemos sido honestos, pero como ahora no podemos seguir saliéndonos con la nuestra, lo vamos a ser”.

No sé qué me asombra más: la absoluta falta de vergüenza y valores morales de quien confiesa sin inmutarse que ha violado la ley durante años y perjudicado a sus empleados, o su incapacidad de ver las pérdidas que eso le ha acarreado -no sólo a él: a una sociedad entera.

Puede que, a lo largo de años de explotar y maltratar a los miembros de su organización, haya amasado una pequeña fortuna. Pero no ha sido consciente del costo que ha debido pagar por ello: empleados reticentes y susceptibles, baja eficiencia, constantes sabotajes y destrucción de la infraestructura, relaciones autoritarias, clima de enfado y resentimiento, baja creatividad… Una organización anquilosada, rígida, cuyos miembros experimentan su trabajo como una carga lastimera y a sus superiores como dictadores codiciosos y perversos; una organización incapaz de cambiar, adaptarse y evolucionar.

Pero lo peor no es eso. Es que cada vez que somos deshonestos, cada vez que cedemos a la corrupción, obtenemos una victoria pírrica: el costo de nuestra falta se reparte entre todos los ciudadanos. Cada acto corrupto carcome un poco más el tejido de una sociedad; sí, la misma en que vivimos y medramos, que termina convirtiéndose en una “sociedad hobbesiana” -hostil, desigual y desconfiada.

Así que, en definitiva, este empresario ha ido destruyendo su propio país día tras día, año tras año.

Y lo más terrible es que nunca se ha dado cuenta.

(Aquí y aquí, más datos sobre la relación entre corrupción y confianza).

Confianza, desarrollo y corrupción

Como parte de la investigación sobre confianza reseñada antes en este blog, he preparado un artículo acerca del concepto de confianza en la psicología y sus efectos en el desarrollo económico y el combate contra la corrupción. Creo que es un buen resumen de las líneas teóricas propuestas en los últimos años y de sus implicaciones para países “en transición”, con particular atención al Ecuador y su psicología social.

El texto de esta ponencia se puede descargar aquí y será leído en una de las mesas (sobre “Democracia y Procesos Políticos”) en el Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales por el 50 aniversario de FLACSO.

Culturas de Corrupción, o los culpables somos nosotros mismos

En Lobos o Corderos, que escribí hace un año, defiendo que la corrupción es endémica en el Ecuador, y no propia solamente de una clase de malvados consuetudinarios llamados “políticos” (o “los de siempre”, o “poderosos”, o “imperialistas”…) Que esa corrupción forma parte del “mundo dado por hecho”, de la forma en que nuestra cultura y nuestras formas de crecer y creer nos permiten contemplar el universo y posicionarnos frente a él.

El debate sobre las causas de la corrupción es intenso y controversial. Algunos, como yo, postulan que la corrupción se deriva no solamente de los arreglos institucionales perversos o desordenados sino ante todo de la cultura y principios de los actores involucrados. Pero este aserto carecía de sólida contrastación empírica.

Hasta ahora, que se ha publicado un estudio simple, conciso y penetrante: Cultures of Corruption: Evidence from Diplomatic Parking Tickets.

Los diplomáticos en New York están exentos de penas por infracciones de tránsito. Por ende, su conducta es independiente de cualquier arreglo institucional de incentivos o castigos y se deriva exclusivamente de sus escalas de prioridades internas.

Y ¿cuál es el resultado? Que los diplomáticos de países con bajos niveles de corrupción cometen muchas menos infracciones que los que vienen de países corruptos -¡aunque, desde la teoría de la acción racional, las condiciones deberían favorecer el que todos las cometieran! Puesto que, en ausencia de pérdida (penas legales), la infracción es una clara ganancia; actuar con impunidad y beneficio siempre es mejor que actuar correctamente incurriendo en pérdida. Pero contra muchos pronósticos ciegamente economicistas, la gente mantiene sus principios incluso fuera de las instituciones que los modelan.

Así se demuestra fehacientemente que la cultura sí que influye en la conducta, que la teoría de la acción racional es, como mínimo, insuficiente -y que, aunque no nos guste aceptarlo, la responsabilidad de hundirnos o volar, de seguir como siempre o cambiar recae en cada uno de nosotros, cada día.