Revolucionario tratamiento para la demencia: ¡ante todo, no hacer daño!

Penny GarnerCuando alguien se equivoca tendemos a corregirlo automáticamente. Del mismo modo, cuando una persona que sufre demencia comete un error que da cuenta de sus dificultades en la memoria reciente, la tendencia natural y bienintencionada es señalárselo “por su propio bien”.

Lo que no solemos ver es que, en vez de ayudar, esto produce en la persona una desazón intensa que reduce su competencia y hace menos probable que recuerde nada, lo que suscita un círculo vicioso interpersonal difícil de detener.

Penny Garner, aquí retratada, se dio cuenta de ello al tratar con su madre Dorothy, que sufría de demencia senil. Y ha propuesto un tratamiento revolucionario: ¡no molestar! (O bien, en su preciosa versión hipocrática, “primum non nocere“). Lo ha llamado “Specialised Early Care for Alzheimer”, o Specal.

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La homeostasis no existe: revolución en la teoría sistémica

Hace menos de un mes se publicó en Nature un hallazgo que, si se confirma, revolucionará la biología -y, a la larga, la psicología y la psicoterapia, sobre todo sistémica.

Los biólogos lo sospechan; los psicólogos y coaches, en cambio, ni se lo imaginan. Pero su forma de entender su trabajo, su modus operandi, tiene los días contados.

La peligrosa idea de este artículo, el germen de la revolución, es engañosamente simple:

La homeostasis no existe.

Es un mito, una falsedad. O más bien, una verdad a medias. Explica sólo un trozo de la realidad; es únicamente un caso límite de una teoría más amplia -como la teoría gravitatoria de Newton es en realidad parte de la relatividad general de Einstein.

Pero ¿por qué es tan revolucionario afirmar que la homeostasis no existe? Para entenderlo debemos dar un breve paseo por la historia de las ideas, empezando por el hallazgo en cuestión (que resumo a partir del abstract). (Los interesados en las implicaciones terapéuticas pueden ahorrarse este paseo e ir directamente al final del artículo).

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¿Qué hace un coach personal?

El callejón de los milagros

Hace muchos años, mi madre me regaló un libro precioso: El callejón de los milagros, de Naguib Mahfouz (convertido luego en una película protagonizada por Salma Hayek). Recuerdo haberlo leído con deleite hace más de una década.

Una de sus historias se me quedó grabada (aunque sin duda la habré distorsionado). Había en el callejón un viejo, experto en disfraces, a quien visitaban los mendigos para que los ayudara a inspirar más lástima. Éste los dotaba de una llaga purulenta, una erupción cutánea, una cojera, usando materiales aparentemente inocuos que había ido reuniendo y que atesoraba.

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La culpa es de los psicólogos, o “baja autoestima”

Con cierta frecuencia, al empezar una conversación (terapéutica o no), las personas me dicen: “Ah, ¿psicólogo? ¡Yo no creo en los psicólogos!”

Tienen toda la razón. Yo tampoco creería, visto lo visto.

Freud

Pues me parece a veces que los psicólogos creamos más sufrimiento del que intentamos evitar.

Un ejemplo célebre es Freud, cuyas audaces ideas del primer cuarto del S. XX se convirtieron en dogmáticas “certezas” en el segundo cuarto. Por ejemplo, que los recuerdos dolorosos “se reprimen inconscientemente” (falso y peligroso), que las fobias tienen su origen en problemas sexuales (falso y además ridículo), que la curación de un trastorno pasa por “recordar” el “trauma” que lo causó (falso, peligroso y doloroso)… En fin: certezas que todavía hoy circulan en los libros de psicología popular y los especiales televisivos. Certezas que causan problemas y agravan los ya existentes.

Una persona acude al psicólogo para que la ayude a no tener miedo de las arañas; éste afirma que “toda fobia tiene su origen en la sexualidad” y que para ayudarla será necesario indagar en su relación con sus padres, lo que tomará, al menos, seis meses a razón de una sesión a la semana. La persona sale de la consulta sintiéndose inútil e indefensa. Antes tenía sólo una fobia; ahora tiene una fobia, una dificultad sexual indefinida y la creencia de que sin seis meses de hurgar en su pasado jamás podrá mejorar.

Parece una caricatura pero sucedió en la realidad (he cambiado algunos datos para mantener la confidencialidad de quien me lo contó).

Hoy en día, la fuente más importante de sufrimiento gratuito es el “autoestima”. La mayor parte de gente que atiendo afirma tarde o temprano que “tiene baja autoestima”; más aún, que esa es la “causa” de sus problemas. “Como tengo baja autoestima, no puedo… (conseguir o mantener un buen trabajo, dejar a mi actual pareja, llevarme bien con mis hijos, etc.)”

Es culpa nuestra: casi cada vez que escucho a un psicólogo en la radio o la televisión sale a relucir la bendita “autoestima” como “explicación” de los problemas. Existen innumerables sitios que aconsejan cómo “aumentar” el autoestima, libros que prometen métodos fáciles y rápidos, cursos… Toda una industria. La noción de “autoestima”, alguna vez útil, ha sustituido a la de “complejo” a la hora de ofrecer explicaciones simplistas y rápidas para casi cualquier malestar.

El problema es que no sirve de nada.

Porque el autoestima es sencillamente el resultado de comparar nuestros logros o capacidades con la magnitud de nuestras dificultades. Si nos consideramos fuertes, competentes, hábiles, lo suficiente como para afrontar lo que anticipamos que se nos avecina, el saldo es positivo y nuestra autoestima sólida; si nos vemos más débiles de lo que creemos necesitar para plantar cara a nuestras dificultades, nuestra autoestima cae en números rojos.

En otras palabras, el autoestima cambia continuamente en función de qué tan graves son nuestros problemas y de cuántos recursos disponemos para resolverlos. No es, en sí misma, causa de nada. De poco sirve “fortalecerla” artificialmente porque, por más que nos sintamos mejor, nuestros problemas siguen presentes. Y como no hemos aprendido nuevas maneras de abordarlos, fallamos y nos volveremos a sentir inútiles o fracasados; y regresamos a la librería en pos de un nuevo texto de autoayuda o un nuevo “taller de desarrollo personal”… El ciclo vuelve a empezar.

(Como el velocímetro de un auto. Cuando aceleramos, el velocímetro aumenta; pero no podemos acelerar empujando la aguja del velocímetro…)

Lo que cabe hacer es no “aumentar” el autoestima sino ayudar a la persona a desarrollar recursos nuevos para resolver sus problemas; porque cuando lo haga, su autoestima mejorará por sí sola. Tal vez tarde un poco más, pero se mantiene a largo plazo.

Así, por culpa de los psicólogos y su simplificado uso del “autoestima” como explicación universal, la mayor parte de personas que se topan repetidas veces con una misma dificultad concluyen que tienen un defecto de fábrica: “baja autoestima”. Luchan denodadamente contra él lo mejor que pueden; sin lograr avances, desde luego. No porque sean incapaces sino porque su misma lucha sostiene el problema: cuanto más se esfuerzan en “aumentar el autoestima” más descuidan la búsqueda de otras soluciones a sus problemas.

Es entonces cuando llaman a nuestra puerta. Por desgracia, muchos psicólogos responden con más de lo mismo: “su problema es que no tiene buena autoestima”.

La culpa es de los psicólogos, en muchos casos. Por eso no creo en ellos.

La teoría del “defecto de fábrica” y la anulación de la voluntad

En el anterior texto decíamos que muchas escuelas psicológicas han defendido, más o menos abiertamente, la “teoría del defecto de fábrica”. Entre ellas, algunas variantes del psicoanálisis -que enfatizan el papel del “inconsciente” y el “determinismo psíquico” en nuestra conducta, en detrimento de la consciencia y la voluntad.

Gracias, entre otras cosas, al trabajo de Martin Seligman y la Psicología Positiva, esta tendencia ha empezado a invertirse con lentitud. Escuelas como la Acceptance and Commitment Therapy postulan que el compromiso voluntario y la atención consciente a los propios procesos mentales son no sólo útiles sino imprescindibles para alcanzar el cambio duradero.

Redescubren, así, una preciosa frase de George Kelly: “Nadie tiene que ser esclavo de los hechos -siempre que pueda reconstruirlos de una manera diferente”.

Conversaciones con el Demonio, de Carl Goldberg

El psicoanalista Carl Goldberg lo expone sucintamente:

Más aún que los filósofos, los psicoanalistas típicamente han adoptado una postura determinista -es decir, tienden a atribuir sólo un mínimo de libertad de opción a nuestra toma de decisiones. Para llegar a esta conclusión, han desvalorizado descaradamente las facultades reguladoras de nuestra mente consciente, alegando que el inconsciente es el inexorable escritor anónimo de nuestro guión vital.

Muy simplemente, mi experiencia personal confirma mi experiencia clínica: están equivocados. La mente inconsciente domina sólo con el permiso, o al menos la tolerancia, de la mente consciente. Como todos deberíamos saber por nuestras experiencias cotidianas, la mente consciente es el verdadero autor de nuestros pensamientos y actos. Bulle continuamente con sentimientos, ideas, impulsos e imágenes que van de lo placentero a lo desagradable o lo no juzgado. Usualmente, optamos por ignorar o suprimir o intentamos desalojar a algunos de estos ocupantes mentales, mientras alentamos o mimamos a otros. A partir de estas decisiones desarrollamos nuestros sentimientos respecto a nosotros mismos.

…Sin embargo, como vimos recién, no censuramos inadvertidamente el material traspasado al inconsciente; lo almacenamos ahí por una elección consciente. Desde luego, como al pasar el tiempo continuamos ignorando y abandonando a algunos de nuestros ocupantes mentales, ellos se trasladan a la periferia de nuestra mente. Allí, operan en forma más o menos independiente de nuestra percatación despierta.

Carl Goldberg, Conversaciones con el Demonio

La teoría del “defecto de fábrica”

Botanischer Garten, de Edgar Ende

Muchas escuelas psicológicas parten de la que podríamos llamar “teoría del defecto de fábrica”: que nuestros problemas vitales, las dificultades con que nos encontramos una y otra vez en la tarea de vivir, obedecen a un trastorno intrínseco, una “falla” instalada en nosotros en la infancia (o antes); una “falla” profunda, ineludible, imprecisa e “inconsciente”. Los famosos “traumas”, por ejemplo –desacreditados desde hace tiempo; o las “memorias reprimidas” que cabe “recuperar” -igualmente desacreditadas.

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