Los seres humanos: primariamente empáticos

Comunidad y sociedad

Hace más de cien años (en 1887), el primer sociólogo alemán, el gran Ferdinand Tönnies, publicó su magnum opus: Gemeinschaft und Gesellschaft (“Comunidad y Sociedad”). Plantearía allí ideas fundamentales que, pese a su influencia en Max Weber, pasaron a segundo plano tras la segunda guerra mundial (de hecho, en muchas historias de la sociología la obra de Tönnies se reseña brevemente y de pasada).

El contraste propuesto por Tönnies entre Gemeinschaft (“comunidad”) y Gessellschaft (“sociedad”) fue tan influyente en la primera mitad del siglo como criticado en la segunda. Antes de que Durkheim, comparando las sociedades tradicionales con las modernas, diferenciara la solidaridad mecánica de la orgánica, Tönnies reparó en que los grupos humanos se mantienen unidos por dos razones distintas y a veces contrapuestas: los vínculos de afecto, por una parte, y los de interés, por otra. Un autor contemporáneo, Jeremy Rifkin, lo ha redescubierto y explorado sus fascinantes implicaciones -como lo explica en un fantástico video que incluyo al final de esta nota. Continue reading

El liberalismo clásico en tres oraciones y la traición a Adam Smith

Fabián Corral, Eduardo Valencia, Esteban Laso y Pablo Lucio Paredes

Hace unas semanas se lanzó el cuarto número de la revista POLEMIKA, publicación cuatrimestral monográfica coordinada por Pablo Lucio Paredes. El tema de este número, al que contribuí con un artículo: “¿Tiene futuro el liberalismo clásico?”

La esencia de mi respuesta: desde luego que lo tiene, siempre y cuando sea el auténtico liberalismo clásico y no su perversión neoliberal o libertaria. Es más: es la única doctrina que aborda los problemas de Latinoamérica sin atentar contra la libertad o caer en el autoritarismo.

Para explicar esta afirmación tajante hay que responder primero a otra pregunta: ¿cuáles son, desde la perspectiva psicosocial, los problemas fundamentales de América Latina?

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Confianza, corrupción y autoritarismo, un terrible círculo vicioso: Ponencia en el “Desayuno Democrático” de Participación Ciudadana

El jueves 24 de marzo, Participación Ciudadana invitó a líderes y personalidades de la ciudad a un Desayuno de Trabajo, para lo cual me pidieron presentar una breve ponencia sobre “El desafío de ser un líder en el Ecuador”.

En mi exposición compartí con los asistentes varias reflexiones acerca del liderazgo positivo y sus desafíos en un país, como el Ecuador, marcado por una altísima desconfianza; lo que en este texto he llamado una “sociedad hobbesiana”.

Empecé señalando la relación entre desconfianza, corrupción y autoritarismo, tal y como se puso de manifiesto en la Investigación Confianza (y como he resumido en este artículo recientemente publicado en la revista “Athenea Digital“). A partir de las escalas que desarrollamos para medir la desconfianza, la justificación de la ilegalidad y la aceptación del autoritarismo como mecanismo de resolución de conflictos, pudimos constatar que los altos niveles de desconfianza interpersonal se asocian con una visión autoritaria y con la tendencia a hacer la vista gorda de la conducta antinormativa en la vida diaria. Es decir, las culturas desconfiadas son también, generalmente, corruptas y autoritarias.

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La publicidad oficial, un intento de autoconvencerse: entrevista en “El Blog de la Radio”

A mi juicio, la actual publicidad oficial forma parte de un círculo vicioso: cuanto peor están las cosas, menos dispuestos estamos a verlas, y más gritamos que están mejor que nunca. Por eso, los mensajes oficialistas acaparan cada vez más espacios en radio, TV y prensa, son cada vez más vehementes, violentos y virulentos, plasman una realidad cada vez más maniqueísta y simplona y se apoyan en el ultraconservador “si no estás conmigo estás en mi contra”.

Esta negativa a contemplar los hechos afecta tanto a los partidarios del “sí” y Rafael Correa como a los del “no”; aquellos se ciegan ante el evidente autoritarismo, irrespeto de los debidos procesos y los derechos de los ciudadanos, etc., que han caracterizado a este régimen, y estos no admiten que, después de todo, Rafael Correa tiene razón en muchas de las cosas que dice. (¡Lástima que las diga desde una posición de resentimiento y no de esperanza! Porque el resentimiento siempre mira al pasado, y la esperanza, al futuro).

De este modo, opositores y partidarios se envuelven en una fantasía (de la que el mismo Rafael Correa es víctima): creer que el país cambiará profundamente con el “sí” (o el “no”). Creer que las sociedades se pueden hacer a medida, según diseño, por medio de las leyes. Y esta fantasía nubla su juicio y su capacidad de observar los hechos -que, mientras tanto, erosionan lenta pero inexorablemente la confianza de las personas en los políticos.

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Diario la Hora: Ecuador, el país de la desconfianza

El Diario La Hora ha publicado una nota sobre los resultados de la Investigación Confianza, que copio a continuación.

Ecuador: el país de la desconfianza


Esteban Laso es psicólogo social y miembro de la Asociación Internacional de Psicología Positiva (International Positive Psychology Association).

Los problemas socioeconómicos del país tendrían una razón cultural: la desconfianza. Por eso los ciudadanos no trabajan en equipo y se crean mafias de corrupción.

Esteban Laso, psicólogo social, realizó un estudio sobre la desconfianza en los jóvenes de Quito. Los resultados hablan por sí solos.

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Investigación Confianza: entrevista en NotiHoy

De ahora en adelante tendré un breve espacio en Notihoy: Radio Centro 97.7 FM, todos los viernes a partir de las 6:30, sobre psicología positiva (¡se puede ser feliz!)

Pues la semana pasada fui entrevistado en el mismo programa sobre los resultados de la investigación Confianza:

Y Fabio Restrepo (conductor del programa) y yo disfrutamos mucho de la conversación, así que ¡vamos a volverla costumbre!

Por qué el país no crece, o “si no es sólo para mí no será para nadie”

Cake

Una de las creencias que favorecen la desconfianza es lo que podemos llamar (parafraseando un clásico de la teoría de juegos) “el juego de suma cero“: la idea de que toda ganancia por mi parte equivale a una pérdida por parte de los demás y viceversa. En otras palabras, que la riqueza es limitada; que todos debemos repartirnos los mendrugos de una sola y lánguida torta -porque hacerla crecer, amasar más torta, es imposible; que ganar para mí es perder para todos los demás.

Es una creencia muy frecuente; la comparten, por ejemplo, la teoría económica de Marx y los socialistas, las cosmovisiones de muchas culturas orales (ambas tienen mucho en común, como señaló Popper en La sociedad abierta y sus enemigos)… Y, desgraciadamente, la filosofía de vida del común de los ecuatorianos -a juzgar por los resultados de la Investigación Confianza y por la siguiente anécdota de la vida real.

Cenando fuera

Una empresa solicita al Municipio permiso para construir un aparcamiento subterráneo para 300 automóviles debajo de un parque en una zona altamente turística. Frente a este parque hay dos restaurantes; sus dueños se oponen enérgicamente al proyecto. ¿La razón? Que con los aparcamientos ya existentes (no más de diez junto a las aceras) tienen “más que suficiente”: “supongamos que se construye el parqueadero y me vienen de repente 50 clientes, cuando sólo puedo atender a 10; se van a ir a otros restaurantes, ¡y yo los perderé!”

No se les ocurre que si hay más clientes para todos también ellos se beneficiarán; o sea, que si se agranda la torta sus pedazos también engordan. No: “o gano solamente yo, ¡o no gana nadie!”

Una visión obtusa, desconfiada y torpe. Una creencia frecuente, pero groseramente errada. Porque, si fuera cierto que la vida es un juego de suma cero, sería imposible que un país pudiera crecer y desarrollarse; tendría por fuerza que robar a los demás países -y así se abre paso el monstruo del imperialismo y el autoritarismo, de derecha o de izquierda.

Donde acaba todo imperio

En realidad, sabemos que la suposición de suma cero es un error al menos desde David Ricardo y sus “ventajas comparativas”, una extensión del genial descubrimiento de Adam Smith, la división del trabajo.

El ejemplo clásico: supongamos que mi vecino es un deportista famoso y que su casa tiene un jardín grande pero descuidado. Él tardaría 3 horas en cortar el césped; yo, en cambio, tardaría 5. Pero a mí me pagan USD 10 la hora en mi oficina; a él, USD 1000 por cada hora de filmación de un anuncio de televisión. Para él, cortar el césped supone perder USD 3000 (esto se llama “costo de oportunidad”); yo perdería USD 50. Por ende, si él me contrata para hacerlo y me paga más de USD 50 (pero menos de USD 3000), ¡ambos salimos ganando!

Desde luego, esta es una simplificación (que no toma en cuenta, entre otras cosas, los rendimientos marginalmente decrecientes); pero la lógica fundamental es compartida por la mayoría de economistas contemporáneos y puede resumirse en una sencilla ley: “cada persona debe especializarse en lo que hace mejor”.

La lucha por la vida

Ni Smith ni Ricardo pudieron prever que la demostración definitiva de las ventajas comparativas vendría de la teoría darwinista. Pero así es. La ingente biodiversidad de la Tierra demuestra que la torta no es una sola; o, más bien, que el límite absoluto de sustentación de vida del ambiente (dado, en último término, por la cantidad de energía solar que absorbe el planeta) se puede subdividir en infinidad de nichos, cada uno con sus propios límites y especies.

Ciertamente, dentro de un nicho ecológico dado, los organismos compiten por los recursos escasos. Pero el ciego algoritmo evolutivo se encarga de crear nuevas especies que descubren y aprovechan nichos antes inexplorados. La bosta de la vaca es el alimento del escarabajo; y éste nutre a los gusanos, que sostienen a las bacterias -y así sucesivamente.

Las especies se sostienen porque (valga la redundancia) se especializan; es decir, aprenden a aprovechar mejor los limitados recursos disponibles. Obtienen más (más tiempo de vida, más vástagos) con menos (menos alimentos, menos energía). Así como la “riqueza” o rendimiento de un sistema económico está en función de la especialización del trabajo en su interior, la capacidad de sustentación de un sistema ecológico varía de acuerdo con su biodiversidad (el número de especies y la proporción de individuos en cada una). A mayor diversidad, mejor explotación de recursos; y, por ende, mayor capacidad de sustentación del entorno.

Una consecuencia de esto que suaviza las pretensiones del socialismo: las sociedades que crecen no sólo redistribuyen mejor la riqueza; ante todo, aprenden a crear continuamente más riqueza.

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En resumen, lo que beneficia a la sociedad también me beneficia; cualquier aumento de la riqueza y la productividad termina por llegar a mi bolsillo. A la inversa, cuando me comporto egoísta y suspicazmente, cuando me niego a que todos ganemos porque quiero ganar sólo yo, erosiono lenta pero incansablemente el tejido social en el que vivo. Me destruyo, sin saberlo, a mí mismo.

El ecuatoriano, en cambio, parece creer que si él gana los otros pierden; que cualquier ganancia de otro es a costa de su pérdida. No es tanto que “no sea solidario” (como suele argüirse superficialmente), que “piense primero en él”. ¡Eso está muy bien! El problema es que asume que pensar en él implica pensar en contra de los demás. ¡Así es nuestra sociedad hobbesiana!

Estas son las creencias que tenemos que cambiar, lenta y progresivamente, con la educación, el esfuerzo -y el ejemplo. Este es el reto y la oportunidad de nuestros días. Y el tiempo apremia; porque si no hacemos algo, estamos condenados