Persiste en tu locura, Le Mat

No se puede aprender de oídas; nada puede vivirse de tercera mano; es imposible enviar un beso con un mensajero.

Ocasionalmente nos acosa la pretensión de saber más de lo que sabemos –o, mejor dicho, de querer saber más de lo que sabemos que, en realidad, sabemos. Desgarrados entre contrapuestos compromisos, nos tomamos de los pies y damos una voltereta tratando de saltar sobre nuestras cabezas –de superar nuestras limitaciones a la fuerza.
Pero no se puede aprender de oídas; conque sólo conseguimos resaltar la desnudez de nuestros afanes –como lo hace El Loco, el arcano más enigmático del Tarot.

Le Mat
Así nuestros intentos de crecer a voluntad, o demostrar cuánto hemos crecido, se estrellan con la inexorable Realidad –y dan al traste con nuestras torpes defensas: nos convertimos en bufones, grotescos danzantes en el lago de los cisnes.
Lo cual no tenía por qué ser malo –para un chino clásico. Pues uno de los ideales de la compleja cultura china era el bufón: el vagabundo travieso y malandrín, el loco ignorante y juguetón. Tanto, que se transformó en uno de los avatares del Buda, Pu-Tai (en chino) o Hotei (en japonés):

Hotei
Pu-Tai

Así se señalaba el hecho de que también el loco podía llegar a ser sabio; o que, a lo mejor, era ya más sabio que los encumbrados, iluminados y venerados sacerdotes –cuya parafernalia no hacía otra cosa que encubrir la desnudez que todos, y no sólo el Loco, padecemos.

A Hotei se atribuye este sencillo poema (que traduzco del inglés):

En un cuenco como
Del arroz de mil familias.
Sin compañía recorro
Diez veces mil millas.
Los que aprecio son muy pocos;
Yo busco la verdad entre las nubes níveas.

Bien sabía él que nadie podía tomar su lugar en pos de la Verdad; que no se puede vivir a través de un tercero -aunque sea el Maestro, o tu propia y equilibrada Razón. Y prefirió vestirse de harapos y comer arroz prestado a dejarse servir en un monasterio -arrojarse a la duda en vez de arroparse en la certeza. Prefirió ser el Loco a ser el Emperador.

Imperator
¡Seguro que éste enviaría sus besos por carta! De este modo se ahorraría la posibilidad del rechazo -y el dolor y el desengaño concomitantes; como su homólogo del cuento, se negaría en redondo a contemplar su desnudez.
Con lo cual se volvería el peor tipo de loco: el que se cree tan cuerdo que se dedica a dirigir su propia locura -y a evitar el precipicio. Éste ya casi no tiene remedio.

Yo, en su lugar, tendría otro miedo. Adelante, que rechacen mis besos -pero ¡por Dios! ¡Que no se los den al mensajero!
Es imposible enviar besos a través de un mensajero -porque el mensajero termina siendo el mensaje.

Con lo que volvemos a empezar. Ocasionalmente nos sentimos tan desamparados que tenemos que hacer el Loco: aprender de oídas, enviar besos, vivir vicariamente. Nunca funciona -siempre fallamos; de hecho, casi siempre hemos anticipado el fracaso.

Sólo nos queda lanzarnos y enloquecer a conciencia; y desear con frenesí la bocanada de aire después del chapuzón.
Que con seguridad encontraremos -si cedemos lo bastante; pues el loco que persista en su locura se convertirá en sabio.

Lo que queda cuando te despojas de tu vieja piel