Ilusión de alternativas e historia electoral reciente del Ecuador

Ilusión de alternativas y sufrimiento

Una de las mayores causas del sufrimiento humano -y, a mi juicio, la más importante- es la simplificación de las alternativas, también llamada “ilusión de alternativas”. Consiste en suponer que, ante cualquier situación, no hay más que dos opciones posibles -siempre contrarias. Por ejemplo, atacar o huir; abstenerse o atiborrarse; votar a favor o en contra de alguien, etc.

En psicoterapia, la ilusión de alternativas se emplea para favorecer el cambio del paciente obstruyendo las posibilidades de no cambio: por ejemplo, en vez de preguntar “¿en qué mejorará su vida si esta terapia tiene éxito?” se dice “¿en qué mejorará su vida cuando esta terapia tenga éxito?” Los maestros de la hipnosis ericksoniana la usan continuamente: “¿prefiere que lo hipnotice rápida o lentamente?”, en lugar de “¿quiere, o no, ser hipnotizado?”

Ilusión de alternativas y toma de decisiones

Uno de los resultados de este tipo de pensamiento es el conflicto evitación-evitación (que ha sido tratado en este lugar). En breve, la simplificación de alternativas nos transforma en zombies impulsivos y obstinados, prestos a “resolver” una situación conflictiva haciendo lo primero que se nos pasa por la cabeza -y que en ese momento nos parece “contrario” a la causa del problema. ¿Que odias al candidato gordo, bobo y oligarca? Pues ¡a votar por el joven autoritario y “educado”!

Una vez emplazado en este escenario mental, es muy difícil que alguien consiga abrir sus perspectivas y ver más allá de su nariz. De poco servirá el empeño de sus amigos en demostrarle que hay más de una alternativa; se encerrará en su definición de la situación -y justificará su conducta extrema mediante ejemplos aún más extremos.

Este escenario mental es el que predispone a las personas al suicidio, a la adicción compulsiva, al riesgo y a un sinnúmero de decisiones irreflexivas.

Ahora bien: la consecuencia de toda decisión impulsiva es que siempre nos desdecimos de ella; porque, una vez tomada, el escenario se amplía y las consecuencias se evidencian. Y puesto que lo que intentábamos era escapar de una alternativa que nos parecía la peor y la única, y no estábamos preparados para arrostrar los costos de la que usamos como salida de emergencia, el nuevo escenario nos devuelve al contexto original de la decisión y a esa molesta sensación de “¡ojalá hubiera hecho otra cosa!”

“El menos malo”

Así puede entenderse el devenir político del Ecuador en los últimos diez años. Todas las elecciones nos han conducido a callejones sin salida, a ilusiones de alternativas. Es evidente que ningún candidato, per se, ha gozado del apoyo de una buena parte del electorado. Más bien, su éxito ha sido siempre temporal y concomitante a una elección dicotómica; y el apoyo ha sido un artificio del cerrado contexto de elección. Y eso, porque nunca votamos por el mejor sino por “el menos malo” (en apariencia, al menos).

En primera vuelta, Correa obtuvo un 22% y Noboa un 26%; es decir, un total de 48% del electorado. La otra mitad se repartió entre el resto de opciones. Eso significa que sólo una quinta parte de los ecuatorianos preferían a Correa por encima de todos los demás candidatos posibles. En la segunda vuelta, el 56% votó por Correa y el 43% por Noboa. ¿Acaso un 24% de ecuatorianos se dejaron convencer de repente por las propuestas simplistas, mediáticas y demagógicas de nuestro Presidente?

Lo dudo. Más bien, un 24% prefirió a Correa -porque la única alternativa viable era Noboa, y les parecía repulsivo. Y, como suele suceder, ese 24% se autoconvenció de su acierto -conduciendo al país a esa suerte de euforia colectiva post-electoral y pre-presidencial que nos caracteriza (y que suele durar entre 3 y 6 meses).

Pero, naturalmente, cuando el contexto cambia, la decisión impulsiva se tambalea -y salimos a la calle a defenestrar al Presidente, costumbre que hemos vuelto a adquirir en la última década. A medida que el flamante Presidente hace declaraciones, se enmista con medios y sistema financiero, toma decisiones y aplica medidas que encarecen la propiedad (y por consiguiente el alquiler y la vida en general), ese 24% se vuelve un 20, un 12 y finalmente un 0%. Pero el 26% de Noboa (y el 17% de Gutiérrez, y el 14% de Roldós…) permanecen incólumes. Y se hacen cada vez más atractivos en retrospectiva: “si hubiésemos votado por X, esto no estaría sucediendo…”

De aquí a sentirse “traicionado” por el Presidente electo y a protestar en las calles hay sólo un paso.

Que tomamos, desde luego, colocándonos una vez más, a la larga, en el mismo callejón sin salida de elegir al “menos malo”.

¿Es que no hay salida?

La realidad es que hay más de dos alternativas, casi siempre. Y que este “más” no es el consabido “centro” sino algo totalmente distinto. Así como en la pintura hay más que el rojo y el verde, y un pintor que propusiera “superar el rojo y el verde” mezclándolos quedaría en ridículo, en la política hay más que la izquierda y la derecha, y tratar de combinarlas conduce a la confusión, la contradicción y el caos.

Pero de esto, más adelante…

“No voto por Correa sino contra Noboa”, o el inexorable fracaso del voto negativo

Álvaro Noboa

Las últimas encuestas (que dan la ventaja a Rafael Correa) parecen indicar que la tendencia de los votantes ecuatorianos se ha invertido. Puede que a esto haya contribuido, por un lado, el apoyo de Chávez a Correa y, por otro, la decisión de Noboa de aproximarse a liderazgos tradicionales de la derecha ecuatoriana. Asimismo, puede que el cambio de discurso de Correa, ahora más cauteloso y conciliador, haya jugado en su favor.

Sin embargo, tengo para mí que la dinámica de este cambio, bastante comprensible en un país cuya opinión pública es frívola y oscilatoria y que puede pasar de venerar a un líder a asesinarlo en menos de un año (recordemos a Eloy Alfaro y a Jamil Mahuad), tiene que ver con la intensa campaña negativa que ha surgido en contra de Noboa en Quito.

Digo “ha surgido”, y no “se ha orquestado”, porque aunque no me cabe duda de que parte de ella ha sido producida (así se juega de sucio en toda campaña política), encaja bastante bien con la mentalidad quiteña, un tanto bienpensante y preocupada por las formas -que será sujeto de otro análisis, en la línea de este texto.

Ahora bien: las campañas negativas no se dedican a ganar votos para un candidato sino a minar los del otro. En esa medida, el aumento de votos por Correa puede no tanto obedecer a la creencia en sus ofertas de campaña (un tanto demagógicas) ni al apoyo a su línea de pensamiento, sino a la negativa a votar por Noboa. No hay un “me parece que Correa lleva razón”, sino un “¡jamás votaría por un &%$/%& como Noboa!”

Esto, el decidirse por “el menos malo” y no por el mejor, tiene implicaciones nefastas a mediano plazo, que podemos plasmar mediante el modelo del conflicto “evitación-evitación”.

Voto negativo y conflicto evitación-evitación

El problema del voto negativo puede resumirse así: cuando se vota en contra de una opción y no a favor de la otra, la opción elegida, tarde o temprano, deviene inaceptable.

Para entenderlo podemos usar un modelo de comportamiento propuesto por Dollard y Miller en su monumental Personalidad y Psicoterapia, donde intentaron unificar la teoría conductista con el psicoanálisis. En lo cual fracasaron, no sin antes abrir fértiles territorios de investigación para psicólogos, economistas y teóricos de la acción. Este modelo ha generado, entre otras cosas, un análisis de la adicción desde la teoría de la acción racional sumamente interesante y sugestivo.

El conflicto “evitación-evitación” surge cuando se obliga a una persona a elegir entre dos (o más) alternativas no deseadas. Esto la coloca en medio del siguiente (y simplificado) gráfico:

Conflicto de evitación-evitación

X e Y son las opciones a las que la persona puede alejarse o aproximarse (lo cual se mide en el eje horizontal). Puesto que son dos, el alejarse de una implica aproximarse a la otra, y viceversa. El eje vertical mide la repulsión que la persona siente por las opciones X e Y.

Naturalmente, a medida que se aleja de X, el rechazo disminuye (ya que deja de estar presente, real o virtualmente); y lo mismo sucede con Y. Es decir, la distancia está inversamente relacionada con la repulsión.

En esta situación (que desde la teoría sistémica se llama “doble vínculo“), la persona está condenada a oscilar eternamente entre X e Y (esto es, a moverse entre las líneas verticales punteadas). Cuanto más se aproxime a X, menos sentirá el deseo de alejarse de Y -lo cual le traerá cierto alivio; pero más asco experimentará por X, cosa que la motivará a distanciarse de ella -y caer en la órbita de Y. Y así, de X a Y y viceversa, en un ciclo interminable e infernal.

La situación actual, pues, podría modelarse así:

Conflicto evitación-evitación, Noboa-Correa

Es decir, que el asco que mucha gente siente ante Noboa es más intenso que los reparos que pueden tener por Correa, de modo que se encuentran más próximos a este último. Pero no porque sus propuestas les convenzan, sino sólo por la fuerza centrífuga ejercida por el otro candidato. Impulsados por esa fuerza, votan por Correa para librarse del que conciben como “mayor mal”.

Ahora bien: cuando la persona logra decidirse, casi siempre por la fuerza, hace de tripas corazón y abraza, digamos, Y para desvanecer su asco por X. Es entonces, una vez que X ha salido de escena, que comienzan a manifestarse las desventajas de haberse inclinado por Y. Al fin y al cabo, las políticas de Y tampoco le parecían convincentes. Y ya se olisqueaba su prepotencia por debajo de sus gentiles maneras… Y ¿qué es esto de ponerse por encima de los poderes? Etcétera…

En otras palabras: me temo que cuando hayamos votado nos encontremos en la situación cristalizada en este, nuestro último gráfico:

Conflicto de evitación a secas

O sea, condenados a favorecer políticas, planes, decisiones y acontecimientos que no nos gustan -pero que, en su momento, nos parecieron preferibles a los otros; y a un tris de arrepentirnos y dar al traste con nuestra decisión -y con la Constitución y la cada vez más tenue institucionalidad ecuatoriana.

En suma, atrapados en el círculo sin fin del voto negativo y el conflicto evitación-evitación.

¿Cuántas veces nos hemos visto en esta tesitura? ¿Cuántas hemos votado no por convicción sino por rechazo?

De ahí, tal vez, que a la vuelta de la esquina defenestremos al mismo que nuestros votos pusieron en el poder.

¿Cómo salir de aquí? ¡Ampliando el espacio de elección!

Pero eso es otra historia